PARA QUÉ EDUCAMOS

Mucho hablamos de educación. La mayor parte del tiempo, con críticas feroces a los distintos organismos y responsables. A los decisores y a los directivos, a los secretarios y los maestros. Le encontramos todas clase de falencias, lo comparamos con otros sistemas de países “mas avanzados”, lo desmerecemos . Sin embargo, muy pocas veces, o acaso nunca, hacemos un balance de lo que nosotros hacemos por el sistema educativo. Así como criticamos la democracia, criticamos el sistema educativo. Y se debe reconocer que muchas de estas críticas se basan en un error casi de origen, y que tiene que ver con lo que entendemos que es educar. Según la Real Academia Española, educar es ”dirigir, encaminar, doctrinar”, y “desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc. “. Hasta ahí, podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que todos compartimos la idea de que educar no solo es algo positivo, sino que es deseable. Solo a través de la educación podemos convertirnos en seres adaptados a la vida social. La familia nos socializa primariamente, la escuela, de manera secundaria. Entonces, es claro que sin educación es imposible lograr la cohesión necesaria para dar legitimidad a cierto sistema. En este sentido, podemos considerar, como lo hiciera Durkheim unos 150 años atrás, que la educación es un ente social. Durkheim planteaba que el “ideal” de hombre producido por toda sociedad, lo que debería ser, tanto física como intelectual y moralmente, es el foco de la educación: la función de la educación, entonces es desarrollar en el niño cierto número de estados físicos y mentales que la sociedad a la que pertenece considera que deben ser poseídos por todos sus miembros; ciertos estados físicos y mentales que el grupo particular (casta, clase, familia, profesión) considera que deben ser poseídos por todos los que lo componen. Es notable su afán “igualador” (algunos dirían homogeneizador) en un contexto social en el que se dan por descontadas las diferencias. Ahora bien, quién o qué decide a quienes educar, como educarlos y por cuanto tiempo, es quien tiene el monopolio de traducir en normas una realidad presente y un futuro deseable. Es decir, existe una autoridad que se ubica por encima de los individuos , que establece como se estructura el sistema educativo, cuales son las premisas sobre las que se funda, y el “ideal” de hombre que se desea formar. Para ello esa autoridad dispone de ciertos medios que le son propios: una estructura burocrática y medios de coerción para hacer cumplir sus disposiciones. Esa autoridad es el Estado. Y esas estructuras son las escuelas. Vemos entonces que la educación es la institucionalización de ciertas normas que deben compartirse en toda sociedad, entre todos sus miembros. Pero las sociedades, como cuerpos vivos y dinámicos, cambian. Por lo tanto, es tarea de la educación aprehender esos cambios, procesarlos y adaptarse a ellos. Cuanto mas desfasada esté la escuela del contexto social en el que se haya inserta, mas difícil será la constitución de ese ideal de hombre que se desea alcanzar. Sin embargo, que la escuela se “adapte” a las nuevas realidades no significa que deba cambiar constantemente. La escuela no puede ser “customizada” al gusto de los clientes, cambiando de acuerdo a modas o a las necesidades del “mercado”. De hacerlo, se convertiría en una empresa, reflejando las desigualdades sociales, y abandonaría su tarea primordial que es la, precisamente, eliminarlas. Por: Lic. (Mg) Milena Barada

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