UN CUENTO: EL ORIGEN DE LA TIERRA
Cuentan los guaraníes que en el principios de los tiempos estaba sólo Ñanderú, el Dios Creador. Ñanderú se había hecho a sí mismo, de a poco.
En ese entonces no había nada ni nada más que él. Pero en su soledad, Ñanderú empezó a crear. Lo primero que creó fue el lenguaje de los hombres, las palabras. Y entonces quiso que alguien más pudiera hablar, y por eso creó a otros dioses: fueron cuatro parejas, que a su vez iban a tener hijos que también serían dioses.
Ñanderú siempre llevaba un bastón largo en la mano, y un día quiso que la punta engordara, más y más y más. De allí salió la Tierra, de a poquito.
Para que la tierra no se moviera demasiado, creó entonces una palmera. Pero no era una palmera común, sino una palmera que iba a durar para siempre y que estaba justo en el medio de la Tierra. Después creó otra palmera igual, pero a ésta la ubicó en el Este (que es por donde sale el sol); hizo otra en el Oeste (que es por donde se va el sol) otra en el Norte y también otra más en el Sur. Y así, con esas cinco palmeras que iban a vivir siempre y sin secarse nunca, la Tierra quedó como clavada, bien firme.
Al cielo lo dejo apoyado sobre cuatro columnas, cuatro postes de madera iguales a su bastón.
Fue entonces cuando Ñanderú se puso a hacer los animales y las plantas. Uno de los primeros que voló por el aire fue el Colibrí. La Víbora fue la primera que se arrastró por el suelo. Y la primera en cantar fue la Cigarra.
Los guaraníes dicen que, ya en esos primeros días del principio, Ñanderú había hecho la Tierra toda tapada con una selva que no acababa más. Pero después pensó que era mejor que también hubiera campos sin árboles, y entonces creó a la Langosta. La Langosta iba por todos lados a los saltos, y en algunos lugares clavaba la cola en el suelo (igual que hacen ahora todas las langostas para poner sus huevos). En ese lugar desaparecían los árboles y crecía el pasto. Fue así como hubo llanuras después que vino la Langosta.
Cuando estuvieron listos estos campos con pasto y sin árboles, llegó la Perdiz, que se alegró de verlos, cantó de contenta y se quedó a vivir ahí.
Después Ñanderú inventó al Tatú (el armadillo), que se puso enseguida a escarbar en el piso, porque ahí abajo iba a vivir y ése iba a ser su lugar. En cambio, la Lechuza –que vino después- quedó como dueña de la oscuridad. Por eso sale nada más que de noche y duerme de día.
Pronto aparecieron otros muchos animales y también los primeros hombres y las primeras mujeres. Entonces Ñanderú se volvió al cielo y les dejo encargado a los otros dioses que cuidaran bien de todas las cosas.
Pasó el tiempo. Algunas de estas primeras personas de la Tierra se habían hecho muy buenas, pero otras se habían vuelto muy malas. No todo andaba bien, y por eso los dioses decidieron que era mejor hacer algunos arreglos y cambios. Y para no hacer las cosas a medias, mandaron un diluvio; llovió y llovió sin parar, días y meses. Toda la Tierra se inundó. La gente buena pudo subir al cielo con Ñanderú, pero los que eran malos se transformaron en animales: ranas, peces y muchos más.
Después del diluvio, Ñanderú llamó a otro de los dioses, uno de sus hijos que se llamaba Jakaira, y le pidió que se encargara de hacer de nuevo la Tierra. Y Jakaira, a su vez, le pidió ese trabajo a su hijo Pa-pa Mirí.
Pa-pa Mirí trabajó mucho, amasando la Tierra nueva y llenándola de árboles y de pasto. Hizo nuevas plantas y nuevos animales. Hizo ríos y arroyos. Hizo piedras.
Pero parece que antes de que terminara lo llamó la madre, porque lo quería ver, y Pa-pa Mirí dejó las cosas como estaban y se fue con ella. Y dicen los guaraníes que por eso ahora hay montañas, que no son sino unos molestos montones de tierra y de piedras que le sobraron al dios y que a la gente no le sirven para nada.
En ese entonces no había nada ni nada más que él. Pero en su soledad, Ñanderú empezó a crear. Lo primero que creó fue el lenguaje de los hombres, las palabras. Y entonces quiso que alguien más pudiera hablar, y por eso creó a otros dioses: fueron cuatro parejas, que a su vez iban a tener hijos que también serían dioses.
Ñanderú siempre llevaba un bastón largo en la mano, y un día quiso que la punta engordara, más y más y más. De allí salió la Tierra, de a poquito.
Para que la tierra no se moviera demasiado, creó entonces una palmera. Pero no era una palmera común, sino una palmera que iba a durar para siempre y que estaba justo en el medio de la Tierra. Después creó otra palmera igual, pero a ésta la ubicó en el Este (que es por donde sale el sol); hizo otra en el Oeste (que es por donde se va el sol) otra en el Norte y también otra más en el Sur. Y así, con esas cinco palmeras que iban a vivir siempre y sin secarse nunca, la Tierra quedó como clavada, bien firme.
Al cielo lo dejo apoyado sobre cuatro columnas, cuatro postes de madera iguales a su bastón.
Fue entonces cuando Ñanderú se puso a hacer los animales y las plantas. Uno de los primeros que voló por el aire fue el Colibrí. La Víbora fue la primera que se arrastró por el suelo. Y la primera en cantar fue la Cigarra.
Los guaraníes dicen que, ya en esos primeros días del principio, Ñanderú había hecho la Tierra toda tapada con una selva que no acababa más. Pero después pensó que era mejor que también hubiera campos sin árboles, y entonces creó a la Langosta. La Langosta iba por todos lados a los saltos, y en algunos lugares clavaba la cola en el suelo (igual que hacen ahora todas las langostas para poner sus huevos). En ese lugar desaparecían los árboles y crecía el pasto. Fue así como hubo llanuras después que vino la Langosta.
Cuando estuvieron listos estos campos con pasto y sin árboles, llegó la Perdiz, que se alegró de verlos, cantó de contenta y se quedó a vivir ahí.
Después Ñanderú inventó al Tatú (el armadillo), que se puso enseguida a escarbar en el piso, porque ahí abajo iba a vivir y ése iba a ser su lugar. En cambio, la Lechuza –que vino después- quedó como dueña de la oscuridad. Por eso sale nada más que de noche y duerme de día.
Pronto aparecieron otros muchos animales y también los primeros hombres y las primeras mujeres. Entonces Ñanderú se volvió al cielo y les dejo encargado a los otros dioses que cuidaran bien de todas las cosas.
Pasó el tiempo. Algunas de estas primeras personas de la Tierra se habían hecho muy buenas, pero otras se habían vuelto muy malas. No todo andaba bien, y por eso los dioses decidieron que era mejor hacer algunos arreglos y cambios. Y para no hacer las cosas a medias, mandaron un diluvio; llovió y llovió sin parar, días y meses. Toda la Tierra se inundó. La gente buena pudo subir al cielo con Ñanderú, pero los que eran malos se transformaron en animales: ranas, peces y muchos más.
Después del diluvio, Ñanderú llamó a otro de los dioses, uno de sus hijos que se llamaba Jakaira, y le pidió que se encargara de hacer de nuevo la Tierra. Y Jakaira, a su vez, le pidió ese trabajo a su hijo Pa-pa Mirí.
Pa-pa Mirí trabajó mucho, amasando la Tierra nueva y llenándola de árboles y de pasto. Hizo nuevas plantas y nuevos animales. Hizo ríos y arroyos. Hizo piedras.
Pero parece que antes de que terminara lo llamó la madre, porque lo quería ver, y Pa-pa Mirí dejó las cosas como estaban y se fue con ella. Y dicen los guaraníes que por eso ahora hay montañas, que no son sino unos molestos montones de tierra y de piedras que le sobraron al dios y que a la gente no le sirven para nada.
Fuente: Palermo, Miguel Ángel / Lo que cuentan los guaraníes
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