QUE LA MUJER SEPA QUE LA MUJER PUEDE...

Cada año, en el mes de noviembre, se conmemora un nuevo aniversario del voto femenino en Argentina. Una fecha que moviliza a la reflexión acerca del corto camino recorrido, y del largo camino por recorrer. Porque a pesar de estar instalado en el imaginario colectivo casi como una obviedad, el voto femenino apenas tiene unos 75 años. Una breve existencia, entrelazada fuertemente con la realidad de nuestra propia historia nacional, una historia plagada de reveses que han interrumpido el avance de los derechos humanos en general, y de los derechos de las mujeres en particular. La proclama de este derecho llega en un momento histórico particular, y que viene a activar a una gran cantidad de actores sociales que hasta ese momento permanecían invisibilizados. Y parece sintomático que sea en ese momento en especial, en el cual la mujer obtenga un derecho que, sin embargo, venía siendo pedido de múltiples maneras por diversas figuras. Había sido Alfredo Palacios, diputado socialista, quien había presentado, en 1911, el primer proyecto de ley de voto femenino, adelantándose en un año a la sanción de la Ley Sáenz Peña, que establecería el voto secreto, universal y obligatorio. Ese “universal” vendría a ser, para la época, masculino y el proyecto de Palacios, ni tan siquiera tratado. El porqué de tan retrógradas actitudes debe buscarse en la vigencia de un Código Civil (de 1871) que consideraba a las mujeres incapaces. Sería casi 50 años después en que la mujer alcanzaría la igualdad legal con el hombre, la cual no alcanzaría, sin embargo, el derecho al voto. Es sugestiva la actitud de la mayoría del universo de la política frente a esta cuestión tan elemental de la vida cívica. Solo puede entenderse en virtud de una manera de ver al mundo, que mostró que entre esa iniciativa de Palacios y la sanción final de la Ley 13.010 de voto femenino, se presentaron otras 22 iniciativas legislativas, las cuales no prosperaron. Y sin embargo muchas de ellas tenían, no solo el aval, sino la autoría intelectual de hombres. Igualmente faltas de éxito fueron las iniciativas presentadas por mujeres o apuntaladas por ellas. Podría decirse que la sanción de la ley de voto femenino fue una victoria final, en una larga historia de fracasos, que vino a materializarse durante el gobierno peronista, con la controversial figura de Eva Duarte como su principal impulsora, y que a través de la planificación estatal y dentro del marco de una batería de leyes que formaban parte del conocido Plan Quinquenal, serían la traducción de un deseo largamente demorado en lo nacional, pero que era una demanda universal a la cual la Argentina ya no podía hacer oídos sordos. Porque el mismo proceso se estaba planteando en todo el continente, y por qué no decirlo, en todo el mundo. Un mundo convulsionado por la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias, las cuales en muchos casos, se prestaban para justificar la falta de debate o de aprobación a estas demandas. Pero como siempre, hay resquicios en los cuales la falta de tolerancia siempre se cuela. Y así como la discriminación por cuestiones de género fue la principal justificación para negarle a la mujer la posibilidad de votar, y de ser votada, aún después de la aprobación de este derecho otras restricciones fueron impuestas para limitar ese derecho, lo cual nos habla claramente de un espíritu y de una manera de ver no solamente a los derechos sino a las obligaciones. Hay aún hoy ámbitos en los cuales se debe recurrir a leyes de discriminación positiva para que se logren revertir procesos tan enquistados en nuestra historia que demorarán mucho tiempo en ser resueltos: la ley de cupo femenino, por ejemplo, es una muestra cabal de ello. Sin lugar a dudas, el reconocimiento de todos los derechos de las mujeres es una asignatura pendiente en la Historia de la Humanidad. Y aunque en el último siglo y medio se ha avanzado mucho al respecto, resta ver cómo la humanidad resolverá los desafíos que aún quedan pendientes en grandes porciones del globo, donde los derechos femeninos aún hoy son un deseo y no una realidad. Por: Lic. (Mg) Milena Barada

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