EL SUELO... ESA DELGADA CAPA DE HUMUS QUE NOS SUSTENTA
A menudo la información que sugieren los ecólogos es que estamos perdiendo la tierra al ir permitiendo que las malas prácticas agropecuarias terminen por destruir la base de sustentación de nuestra especie… esa delgada capa de humus que nos sustenta. Lo peor es que no siempre nos damos cuenta de las implicancias de este matricidio. El hombre de ciudad que sufre el dolor del alejamiento de la naturaleza, del que ya hablara Freud como uno de los males de nuestro tiempo, la percibe lejanamente.
El suelo se compone de algo más que material inanimado como rocas, aire y agua, posee mucho material vivo que representa al jardín botánico y zoológico más grande del mundo en una sola unidad. Si tomamos un poco de suelo fértil de la superficie y lo examinamos al microscopio, encontraremos un diminuto enjambre de microorganismos que juegan un papel básico en la determinación de la química que posibilita su fertilidad al crear un conjunto complejo de simbiosis, depredación, parasitismo entre sí, que van generando por ejemplo, la porosidad necesaria en el suelo como para permitir que la mitad del volumen del suelo fértil sea aire. Cultivar el suelo puede ser entonces una forma muy compleja de relacionarnos con estos organismos microscópicos.
En cierto sentido podríamos considerar al suelo como en continua inhalación y exhalación, entonces se nos vuelve muy clara la idea de las consecuencias de arrojar sustancias tóxicas sobre algo que respira. El suelo es la resultante de un conjunto de cambios físicos y químicos que los seres vivientes hacen sobre una materia prima mineral. En muchos casos estos procesos son demasiado lentos para el ritmo febril de nuestra civilización industrial. Algunos especialistas consideran que el desarrollo de 2,5 centímetros de suelo superficial a partir de una dura roca basáltica o granítica puede requerir de 200 a 1200 años. Sin embargo estratos suaves como lava volcánica, dunas de arena, sedimentos de limo y arcillas esquistosas pueden evolucionar en pocas décadas hacia suelos maduros capaces de soportar vegetación.
Del párrafo precedente surge la pregunta: ¿Tenemos paciencia o estamos alterando inexorablemente el suelo que nos alimenta? Es evidente que nuestra cultura trata a los seres vivientes como si no lo fueran, es decir olvidando sus requerimientos específicos e idealizando a las máquinas que no duermen ni tienen emociones. Por esta dificultad de pensar en los fenómenos vivos, se pone en marcha una agricultura que pretende reemplazar los mecanismos de la naturaleza por el uso masivo de sustancias químicas.
Aplicamos un insecticida y las plagas mueren, pero no hay ninguna sustancia química tan selectiva que mate solamente lo que nosotros queremos eliminar ya que la fisiología de todos los seres vivos incluida la nuestra, es demasiado parecida como para que esa selectividad pueda funcionar con tanta precisión. Entre los seres vivos que los insecticidas matan están los organismos que construyen y mantienen la vida del suelo, el resultado es que comienzan a convertir el suelo en materia inerte.
El suelo absorberá lo que pueda, el resto se lo llevarán las lluvias y contaminará las aguas subterráneas, a través de ellas llegan hasta los pozos o las tomas que abastecen de agua a las familias, los nitratos son un ejemplo contundente de este fenómeno en el mundo.
Parece una metáfora pero hay que entenderla en el sentido literal: Primero se asfixia a la tierra y después al hombre.
¿Cómo actúa un herbicida? Engañando a las plantas, ellas lo confunden con sus propias hormonas de crecimiento y obedecen las órdenes que esta sustancia les da. Cada planta tiene una hormona que regula la caída de las hojas, el herbicida les ordena que dejen caer las hojas y las malezas obedecen, como consecuencia de ello mueren por falta de fotosíntesis. El problema es que comenzaron a aparecer los efectos secundarios: Por ejemplo, los cultivos de cereales fueron atacados por una serie de malezas de hojas anchas que hacían sombra al trigo y le restaban luz, se pensó en crear un herbicida que atacara sólo a esas plantas de hojas anchas, como el trigo es de hoja angosta, no lo iba a afectar, así se hizo, millones de hectáreas fumigadas con 2,4-D liquidaron las malezas de hoja ancha, pero aparecieron nuevas malezas que atacaron al trigo, de hoja angosta y muchas eran gramíneas como lo es el trigo. ¿Qué había pasado? ¿ De dónde provenían estas nuevas malezas? No venían de ninguna parte, siempre estuvieron allí, lo que ocurrió es que estaban tapadas por la maleza de hoja ancha que les impedía crecer. Lo mismo pasa con los insecticidas que matan también a insectos beneficiosos como está ocurriendo en forma alarmante con las abejas a nivel global.
A veces aparecen efectos muy sutiles como el que se registró en EEUU con la aplicación de la sustancia citada (2,4-D) retrasó un poco la germinación del cultivo que se intentaba proteger. Ese retraso lo hizo coincidir con el ciclo vital de unas orugas de desarrollo estacional, es decir que el cultivo quedó protegido de las malezas pero se lo comieron las orugas. Los científicos comprobaron que una cosa es lo que ocurre en el laboratorio y otra muy distinta lo que pasa en la naturaleza donde juegan tantos factores que se suelen entrecruzar dando distintos resultados de lo previsto.
Además de las agresiones químicas, existe otra embestida contra los suelos, se trata de la erosión, palabra que viene de “erodere”, en latín significa “roer”, en alusión al lento y continuo desgaste del suelo provocado por una combinación de mecanismos naturales, tecnológicos y sociales. La naturaleza va royendo todo el tiempo las rocas y los suelos, la fuerza del agua, el roce del viento, la acción de los seres vivos, los microorganismos sobre las rocas, el pisoteo de los animales, todo eso gasta la materia sólida de la que está hecho nuestro planeta, los geólogos dicen que no hay nada más mudable que la tierra, como ejemplo citamos a la arena de las playas bonaerenses: proviene del desgaste que el mar efectúa sobre los acantilados patagónicos.
Cuando hablamos de erosión estamos poniendo el acento en la pérdida de tierras de cultivo y pastoreo provocada por desajustes entre la forma de usar ese recurso natural y lo que el recurso puede resistir. El suelo es vulnerable al descubierto, sin ninguna vegetación. Cuando llueve las plantas amortiguan el impacto de la lluvia, sus hojas se cargan de agua que van cediendo lentamente y el agua va deslizándose hasta el suelo sin golpearlo. Sin plantas el suelo pierde su calidad de esponja y se endurece, las semillas no germinarán y los microorganismos no podrán fijar el nitrógeno del aire, cuando deja de llover, durante la estación seca, el suelo se pulveriza y cada vez que sopla el viento se lleva más y más partículas, de este modo ambas erosiones ( la hídrica y la eólica) se potencian entre sí produciendo las “voladuras de suelo” es cuando el viento se encarga de formar grandes nubes de tierra llevándose lo que queda de la capa fértil.
Las voladuras de suelo fueron tan nefastas que se empeñaron en desterrarlas de las prácticas agronómicas hasta que retornaron en los últimos años de la mano del cultivo de soja bajo el impulso de una demanda internacional en alza, en toda América Latina se deforestan tierras para destinarlas a la soja, pero esta planta es atacada por muchas plagas, así se llena el suelo de pesticidas y se lo destruye con infinitas pasadas de tractor, mucho más de las que el suelo puede resistir. Sin embargo, el peor problema vinculado con la soja tiene que ver con su modificación genética con la idea de producir cultivos mejores que los naturales y más resistentes a las plagas, así surgió la “soja transgénica” que resiste al poderoso herbicida conocido como glifosato, así bastó con sembrar, inundar la tierra con glifosato y cosechar. El beneficio no es para la humanidad sino un negocio para pocos.
Otra forma de arruinar el suelo es mediante el sobre-pastoreo: poner en un campo más animales de los que soporta es destruir su cubierta vegetal, el “enmalezamiento” es otro efecto del sobre-pastoreo: en una pradera los pastos compiten con las malezas, crecen, aprovechan la luz solar y los nutrientes del suelo, pero al comerse los animales todo el pasto que asoma, las malezas se expanden. Cuando esto ocurre es fácil ponerse nervioso y contaminar el suelo y el agua con herbicidas en lugar de preguntarse las causas del enmalezamiento.
Nuestra relación con la naturaleza definirá el futuro de todos los seres vivos y nuestra continuidad como especie. Esa delgada capa de humus que nos sustenta tardó hasta miles de años en formarse, por ella debemos obrar con responsabilidad y respeto, conocer sus límites es el comienzo.
Bibliografía: Esta, Nuestra Única Tierra. Introducción a la Ecología y Medio
Ambiente. Antonio Elio Brailovsky. Ed. Maipue.
El Malestar en la Cultura. Sigmund Freud. Ed.Lopez Ballesteros.
Por: Bibiana Manfroni
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