LA HISTORIA DE LA HISTORIA
Fue Winston Churchill quien alguna vez dijo que “es un error bastante común mirar demasiado lejos, solamente se puede manejar cada vez uno de los eslabones de la cadena del destino”. Esta concreta frase parece reflejar certeramente la razón de las cosas. O su sinrazón. Sin embargo, la falta de esa lejanía nos expone al riesgo de carecer de perspectiva. Es decir, mirar demasiado lejos nos hace perder de vista lo inmediato, lo actual, como diríamos en filosofía, en detrimento de lo posible, de la potencia.
Como humanidad, solemos apreciar los acontecimientos una vez que hubo pasado un periodo de tiempo tal que hayamos podido evaluar sus causas, consecuencias, influencias y, por qué no, sus efectos colaterales. La cercanía de los hechos suele hacernos perder profundidad analítica. Y con ello, nos impide ser justos y hasta honestos, ponderar lo posible y con ello, nos aleja de la creatividad. Solemos ver a la historia como un continuo, determinista. Se parte de un punto para llegar a otro. Quien no llega, es porque fracasa. En primer lugar, está el supuesto de la existencia de un metarrelato universal que lleva a todas las culturas y a los pueblos desde lo primitivo, lo tradicional, a lo moderno. La sociedad industrial liberal es la expresión más avanzada de ese proceso histórico, es por ello el modelo que define a la sociedad moderna. La sociedad liberal, como norma universal, señala el único futuro posible de todas las otras culturas o pueblos. Aquellos que no logren incorporarse a esa marcha inexorable de la historia, están destinados a desaparecer. Ahora bien, no hay una receta para el análisis correcto de los acontecimientos del pasado. Podemos decir que esta es una problemática que ha desvelado a mas de un pensador.
Después de todo, no siempre fue universalmente aceptado que la Historia es una disciplina científica, y que dicha disciplina se centra, en el estudio del pasado. Un pasado que se hace presente, ya que el historiador está situado en el presente, en un contexto social y cultural concreto que no solo afectan al historiador, sino que incluso puede ser absolutamente diferente al contexto del hecho a analizar. Entonces, la dimensión temporal cobra relevancia. Es en el afán de tener herramientas con las que explicar e interpretar su devenir, que el hombre se ha dado una serie de categorías, intentando “escapar” de aquella dialéctica anacronismo/ historicismo.
Es un hecho que la Historia y el tiempo son inseparables, pero el tiempo histórico no es el mismo que el físico. Pareciera lógico que el primero es una construcción humana, mientras el primero es una determinación de la naturaleza. El tiempo histórico no tiene un valor universal, ni es unilateral, ni incide de la misma manera en todas las sociedades, ni simultáneamente. Basta ver el impacto que la conquista y la colonización de nuestro continente han tenido para Europa y para América, y observar, paralelamente, su impacto para Asia u Oceanía.
Será Fernand Braudel , considerado uno de los ms grandes historiadores contemporáneos, quien en esta búsqueda elaborará un serie de categorías para interpretar los fenómenos, apelando a una idea central: existen el tiempo corto, el medio y el largo. El tiempo corto es el que afecta a los acontecimientos, a la medida de los individuos, a la vida cotidiana. Es el tiempo del cronista y del periodista. Esto, independientemente de la transcendencia histórica que tengan. Es la historia de los acontecimientos, que no suelen tener en cuenta las estructuras económicas y sociales en las que tienen lugar. El tiempo medio es la duración de la coyuntura. Este tiempo está plagado de acontecimientos. Sin embargo, es también un lapso breve caracterizado por el movimiento, y que se desarrolla durante la vida de una persona. Como por ejemplo una crisis económica o una guerra. La variedad de duraciones efectivas es mucho mayor. El tiempo largo es el que corresponde a las estructuras, aquellas realidades históricas que permanecen por debajo de los acontecimientos y de las coyunturas y que no se modifican con un sólo acontecimiento. Permanecen durante varias generaciones. En estas condiciones se crean Estados, países, sistemas, pero también modos de entender la sociedad, la política y las relaciones económicas. Muchas veces, las situaciones de tiempo corto pierden importancia. Aún cuando se relacionen con el tiempo largo, al final será la larga duración la que predomine. Así, el tiempo corto, el acontecimiento o la coyuntura, solamente tendrá validez en la medida en que se relacione con la larga duración. La coyuntura, siguiendo a Braudel, vale en la medida de su relación con el tiempo largo: con la trascendencia.
Pero por mas que esas apreciaciones sean razonables, debemos evitar el historicismo per se, como una tabla de salvación contra la inmediatez, pues los acontecimientos, queramos o no, están ahí y son factores que impactan al conjunto de la realidad social. Ni el historicismo extremo, ni la falta de sensibilidad; se requiere considerar los distintos tiempos y enfatizar en las determinaciones mutuas. Después de todo…..Roma no se construyó en un día.
Por: Lic. (Mg) Milena Barada
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