CONOZCAMOS AL DT. ENRIQUE. PARTE 6

Se adelanta un hombre mayor que lo abraza y hablan un rato en su lengua. Coiyo se nos acerca y nos dice que ese señor era el jefe de la tribu, su abuelo, que quería agradecernos y agasajarnos por haberlo traído de vuelta. Pasamos esa noche con ellos con muchos festejos donde saboreamos el licorcito, me hicieron la recomendación que le he dicho de no tomar más que una copita por día, pero me había gustado tanto que cuando, al otro día nos íbamos, el jefe nos trae 6 botellitas, Coiyo nos explica que ellos mismos lo fabricaban, que cada año cosechaban unas plantas de choique que crecían en plena selva para hacer el licor y que cada vez que lo fabriquen van a guardar unas cuantas botellas para mí. Así a sido hasta el día de hoy”. Concluye el relato. Miro el vasito y le digo: “Pero esto es muy poquito para que me altere de la manera que está diciendo”. “Si, muchacho, pero es así como te cuento, no olvides que viene de la selva. Bueno basta de hablar y brindemos por el futbol, por el Club y por la vida, que siempre siga acompañándonos. Salud”. “Brindamos por todo eso. Salud”. Alcanzé a decir y nos mandamos el licorcito, que resultó muy rico. El Jefe al ver mi cara, me dice: “Acordate lo que te dije, Tigre, porque veo en tu cara que te gusto, pero no se puede repetir”. Se larga a reír con muchas ganas, mientras me quedo con las ganas de otro traguito. Enseguida salimos a una terraza hermosa, con una vista de un jardín que era una belleza, nos arrimamos a una mesa bajo unas sombrillas donde había dos platos y dos sillas-sillones muy cómodas. Allí nos sentamos, rápidamente apareció Cristian con una bandeja que cargaba una entrada que consistía en dos copas de un coctel de camarones, me sirvió una a mí y la otra, antes de servírsela al Jefe la probo, para luego dejarla frente al Jefe. Comimos con apetito casi sin hablar la exquisita entrada, teníamos hambre provocada por el licorcito. Luego, como segundo plato, nos sirvieron un pescado espectacular, por supuesto, antes de servirle al Jefe, Cristian lo probó. Cuando terminamos, me intrigaba mucho las actitudes de Cristian probando todo entonces di-rectamente le pregunto: “Jefe dígame ¿porque Cristian prueba todo antes que usted? “. “Mira, hijo -me dice el Jefe-esta vida es muy complicada, hay mucha gente envidiosa, con mucha maldad, dispuesta hacer cualquier cosa contra cualquier persona, por todo eso y mucho más, debo protegerme, debo cuidarme de que nadie se le ocurra poner cosas raras en todo lo que ingiero tanto liquido como sólido, por eso Cristian es un tipo sensacional y me cuida mucho”. “Gracias, Jefe -le digo- la vida es difícil y para usted lo debe ser mucho más”. Terminamos la comida, nos traen un café especial, Cristian sigue probando todo. Al terminar el café, Cristian me alcanza una mochila y el Jefe me dice: “Tigre, gracias por todo, ahí te entrego unos regalitos para que los disfrutes. Acordate lo del licor, por favor”. Se calla justo cuando vuelve Cristian que le dice algo al oído que no llegue a escuchar, pero el Jefe se levanta, me estrecha la mano, mientras me dice: “Gracias por todo, Tigre, pero debo ir a atender unos asuntos. Cristian te acompaña hasta el auto y nos vemos en cualquier momento”. Y se va rápidamente, se pierde dentro de la casa, mientras agarro la mochila y Cristian me acompaña hasta el auto. Me subo a uno que me indican, cuando salimos a toda velocidad se escuchan ruido como explosiones, el chofer tarda muy poco para llegar a casa. Frena, me bajo y se va rápidamente. Cuando entro esta Delia esperando que le cuente hasta el último detalle. Se imaginan, le conté punto por punto”. Se largan todos a reír. “Pero paren, paren, la cosa siguió -dice el Tigre- porque cuando revisamos la mochila había un licor “La Selva”, café, habanos y chocolates, todos con su marca “EL Jefe”. Nos reíamos mucho ¿no gordi?”. “Si -dice Delia- no salía de mi asombro las cosas que venían de regalo, todo con el nombre: El Jefe”. “La cara del Jefe cuando se despidió de mi -dice el Tigre- era de mucha preocupación, los dichos de Cristian le cambiaron la cara. Después corrobore con los diarios, que hubo un tiroteo en la finca, que los sonidos que había escuchado eran tiros, que el resultado había sido de 2 personas muertas, quienes al parecer querían atentar contra la vida del Jefe. Estuve varios días pensando si podía haber alguna consecuencia contra mí, pero, por suerte, nunca paso nada”. “Si -dice Delia- fueron días de preocupación, pero por suerte no tuvimos problemas. Peor la pasamos cuando este se hizo el vivo con el licor. Un día el Tigre me dice: Delia hoy nos tomamos un licorcito cuando los chicos se duerman, bueno le digo siguiéndole la corriente. Llevo los nenes a dormir, vuelvo y el señor se había tomado un traguito, me sirve uno y me cuenta que quería probar el segundo para ver si pasaba algo, le pedí que se quede en el sillón por las dudas de que se caiga o que pase algo, tal cual, al tomar el segundo traguito duro un minuto y se desmayó en el sillón, ¿te acordás, Tigre?”. “No me acuerdo de nada, solo lo que vos me contaste, pero después de esa noche, nunca más se me ocurrió tomar dos copitas, jaja”. “Reíte Tigre, - le dice Delia- pero te desmayaste de una. Yo no sabía qué hacer, solo atiné a quedarme a su lado, mirando tv, hasta que 4 horas más tarde se despertó y lo llevé a la cama. Al otro día me preguntaba qué había pasado, yo me reía y no le contaba nada, así lo tuve varios días, pero por supuesto, no le deje tomar nunca más una segunda dosis”. Todos rieron mucho con las anécdotas mientras terminaban de cenar. Cuando se fueron se despidieron hasta pronto. Al día siguiente las familias de Enrique y el Muro volaron al Uruguay para comenzar su estadía en ese país, los muchachos fueron contratados para jugar el Club Nacional de Football. Por supuesto que para el Muro y Clau no era novedad vivir allí ya que eran oriundos de ese país, pero si para sus hijos porque el Bulla se fue de bebe y Bella nació en Montevideo, pero cuando vivían en Colombia. Luego de instalarse en las viviendas de cada uno, se presentaron en el Club para los primeros entrenamientos. En las primeras prácticas de futbol en-contraron buena sintonía con los compañeros, supieron hacerse un lugar en el plantel y rápidamente estuvieron bien físicamente porque nunca habían dejado de entrenar. En los primeros partidos amistosos Enrique y el Muro se destacaron porque al jugar tantos años juntos se entendían de memoria, la franja derecha del equipo por don-de se desempeñaban era muy confiable y sus ataques lastimaban a los contrarios. En todos esos años compartidos habían logrado mecanizar jugadas, una era cuando el Nº4, es decir el Muro, tomaba la pelota el Nº7, es de-cir Enrique, amagaba a ir a buscar y si el marcador lo seguía, inmediatamente giraba, corría hacia el lado contrario y ahí partía el pelotazo del Nº4 por sobre las cabezas, Enrique con su velocidad llegaba a la pelota antes de que pueda cruzarlo un contrario y se iba hasta el fondo para tirar un centro hacia atrás para la llegada de algún compañero. Muchos goles convertían con esa jugada. Otra era, el Nº4 pasa la pelota para el Nº7, este la recibe amaga el pase al Nº4, que pasa rápidamente al ataque, pero el Nº7 engancha y saca un pelotazo para la diagonal que hace el Nº11 por detrás de los contrarios para quedar frente al arquero, eludirlo y marcar con el arco vacío, pero para esta jugada faltaba el Tigre en el equipo, se lamentaban los muchachos, buscaron alguien que haga la diagonal. Empezó el campeonato uruguayo, debutaron con un triunfo sobre River Plate por 1 a 0, siguieron con triunfos sobre Sud América por 2 a 1 y Pro-greso por 4 a 0. Estaban jugando muy bien, venían invictos y en la punta del torneo. En la cuarta fecha llego el primer superclásico contra Peñarol, era el debut de Enrique en este trascendental partido, el Muro había jugado muchos clásicos en sus primeros años en Nacional. Mientras se cambiaban en el vestuario, el Muro le dice: “Bueno, Flash -muchas veces lo llamaba a Enrique con ese sobrenombre- vas a tener el honor de jugar un superclásico uruguayo, será un placer compartirlo con vos, pero no tenes que perder tu costumbre de jugar bien los clásicos y, además, de meter algún gol, como lo has hecho siempre”. “Ha bueno ponéme presión vos -se ríen- pero voy a hacer todo lo posible para cumplir con mis buenos debuts. Te lo prometo, amigo”. Chocan los puños. “Ah -dice Enrique- vos no te hagas el boludo porque tenes que darme la pelota redondita para que logre jugar acorde a lo que me pediste sino me tiro a chanta y perdemos”. “No seas boludo, che, jaja, jamás vas a jugar mal, amigo. Bueno con las boludeces y terminemos de cambiarnos”. En los vestuarios de futbol siempre hay líderes, jugadores con experiencia que indican la forma y el camino que deben recorrer los jóvenes talentos que vienen pidiendo lugar en el equipo. En este plantel había un arquero de mucha experiencia que lo apodaban La Pantera, su nombre era Roberto Rodríguez, había conseguidos varios campeonatos en diferentes clubes. Era una persona de pocas palabras, muy compañero, daba el consejo justo, en el momento justo y en la cancha había que hacerle caso. En la defensa, además del Muro, estaba el “vasco” Aguirregaray jugador de gran juego aéreo, muy seguro, una garantía y de hablarle a todos los compañeros de zaga para ubicarlos. Por: Juan Bermúdez - enjuber@hotmail.com

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