LA FUERZA ESTÁ CON NOSOTROS….

Cuando pensamos en el establecimiento de un Estado, no solemos reparar en el hecho de la fuerza que acompaño ese establecimiento. Ningún estado se ha podido establecer sin la fuerza. El término Estado, se emplea para referir a un fenómeno que surgió en un momento histórico determinado, los siglos XV y XVI (la caída del feudalismo), con un conjunto de características específicas: territorialidad, soberanía, diferenciación, institucionalización y, sobre todo, centralización. Cada uno de estos elementos estuvieron, en cierta medida, presentes antes y después en una enorme variedad de organizaciones de la vida social, pero en ningún caso se dieron en la “dosis” y conjunción en que se establecerían a partir de aquel momento. Esa territorialidad hace hincapié en la posesión efectiva de un territorio y en el ejercicio en él de otra de estas características: la soberanía. Esta nos refiere al ejercicio del poder dentro de ese territorio, en la forma de un conjunto de instituciones determinadas (institucionalización), y frente a los demás estados y el resto de la comunidad internacional. Este reconocimiento externo es lo que habitualmente reconocemos como independencia; esa diferenciación a que hacíamos referencia, la soberanía sobre un territorio, lo define a sí mismo a la vez que lo diferencia de los demás. Por último, pero no menos importante, encontramos la centralización: ésta nos refiere a la autoridad: en lugar de una autoridad difusa, dividida, atomizada, el Estado se caracteriza por una organización centrada en un eje de poder. Asimismo, el estado reafirma su identidad como entidad distinta a otros, no desde un punto de vista de oposición o enfrentamiento, sino a través de la revalorización de una identidad cultural e histórica propia. Cuestiones como la idiosincrasia particular, una historia compartida, un bagaje cultural son fundantes de la nación, que en el mejor de los casos coincidirá con las fronteras de ese Estado. No siempre ha sido, ni es así. A lo largo de la historia moderna, numerosos son los ejemplos de naciones que han conseguido darse a sí mismas un estado. Pero también son numerosos los casos en los que no solo no se ha logrado, sino que se han desencadenado por ello cruentas guerras: casos en que más de una nación reclama un estado sobre un mismo territorio, o estados que poseen varias naciones a su interior; naciones sin estados y Estados sin nación. Pero ya sea como defensa o como ejercicio activo, cada Estado se ha establecido gracias a la fuerza. Y se mantiene por el monopolio de la coerción física. Ese monopolio es la fuerza de policía, la fuerza capaz de hacer cumplir la ley y que, por lo tanto, previene de quebrantarla. Y en el plano externo, podríamos decir que esa fuerza es un elemento componente de la soberanía, la libertad y la autodeterminación; ha sido encarnada por un cuerpo profesionalizado, las Fuerzas Armadas, que son las encargadas de sostener la existencia e integridad de un Estado frente a la comunidad internacional. Éste es un elemento interesante, ya que antiguamente, las organizaciones sociales previas al estado moderno, se sostenían sin ejércitos propios. La idea detrás de esto es que se descansaba en la contratación de mercenarios, lo que repercutía en que estas organizaciones (principados, reinos, etc) estuvieran en peligro permanente, cuando las finanzas no las acompañaban. Así que, como novedad, de la mano de la emergencia del estado, lo hizo el ejército. Como brazo armado de ese estado, el ejército se constituyó sobre la base de la necesidad de tener disponible un cuerpo regular y permanente, armado y adiestrado, no solo en tiempos de paz sino en tiempos de guerra. Cuando Nicolás Maquiavelo planteaba en su célebre obra, El Príncipe, la necesidad de éste de contar con una fuerza leal, capaz de hacer la guerra de ser necesario, estaba sentando las bases ideológicas del surgimiento de los ejércitos. A partir de la aparición del Estado, se hizo evidente que, en un contexto de conflictividad permanente, como el que imperaba en aquellos tiempos, era imposible garantizar la integridad de los estados confiando en el consabido balance de poder. Éste solo podría funcionar con ejércitos fuertes, que disuadieran a los demás estados de actuar o que los vencieran, llegado el caso. Vemos entonces, como la modernidad nos ha impuesto dos elementos sobresalientes en la vida de las comunidades: Estado y ejército. Una necesita a la otra, y viceversa. Esta simbiosis, que nace hace varios siglos, perdura hasta nuestros días. Pero si bien ambas son fruto de circunstancias históricas puntuales, se han desarrollado hasta hoy perfeccionando no sólo su capacidad de controlar, sino la de garantizar su persistencia. Curiosidades del mundo moderno. La Fuerza siempre nos acompaña…… Por: Lic. (Mg) Milena Barada

Comentarios

Entradas populares