CONOZCAMOS AL DT ENRIQUE. PARTE 5
Decidida la partida del Deportivo Cali, empezaron las despedidas con la gente conocida, con quienes habían formado una amistad. Dos días antes de partir, se reunieron las familias de los tres amigos en la casa del Tigre a comer un asado. Al llegar a la casa, Helena y Enrique le llevaron un presente. Helena se adelanta y le entrega a Delia un paquete que tiene forma de cuadro, ella la mira y le dice: “¿No me digas Helena que es el cuadro que a mi tanto me gusto?” con cara de entusiasmo. “Abrilo y mirá” le responde Helena. Se apura Delia a retirar la envoltura y pega un pequeño grito: “Sí, es el paisaje que tanto me gusto. Es el paisaje de la playa de Buenaventura. Es donde estuvimos con todos los chicos y la pasamos tan bien. Gracias amiga”. Y se apura a darle un gran abrazo y un montón de besos. “Los voy a extrañar mucho, pero este cuadro, que lo voy a poner en el medio del living, me va a traer los más lindos recuerdos de todos ustedes. Gracias Enrique, también y gracias a Clau y el Muro, también. Los quiero mucho”. Sus lágrimas no dejan de caer de la emoción. Después de los saludos, agradecimientos, los besos de Delia para cada uno con una sentida emoción, toma la palabra el Muro: “Nosotros, también, le trajimos un regalito. No es para que se emocionen como Delia, pero es de corazón, también”. Y le entrega una botella a el Tigre, quien se apura a desenvolverla, cuando la saca se empieza a reír y lo abraza al Muro mientras le dice: “Que hijo de puta, ¿Cómo la conseguiste, guacho? Que grande, che, sos un capo. Muchas gracias de corazón”. Salta Delia: ¿Pero qué es, Tigre? La tenes escondida y no sabemos que es”. Se altera Delia que no paraba de emocionarse. “Mira gordi -dice el Tigre- es una botella del licor “choique” marca “La Selva”, ¿te acor-dás?”. “Como no me voy a acordar, Tigre. Aunque hace tanto tiempo que lo tomamos y no pudimos conseguir otro que algo olvidado lo tenía”. Dirigiéndose a Clau y el Muro, Delia les dice: “Muchas gracias queridos amigos, muchas gracias por todas las molestias que se tomaron por nosotros. A todos les digo. Los queremos mucho a todos y los vamos a extrañar mucho, pero mucho”. Y se vuelve a emocionar y soltar algunas lágrimas. “Bueno, Amor -dice el Tigre- paremos un poco las emociones, vamos a comer el asadito que se va a pasar. Mientras comemos les voy a contar la historia de este licorcito. Vos Muro, sabes de que hablo, pero los demás no creo que la sepan nada”. “Si, Tigre, la recuerdo bien, por eso busque esa botella a pesar de todo lo que me costó, te dejo que la cuentes completa porque es muy buena”. dice el Muro sonriendo.
Todos se dirigen a la mesa. El Tigre se ubica en una cabecera, a los demás los deja que elijan su lugar, mientras Delia se lleva a los chicos a una mesa apartada y preparada para ellos. Cuando todos terminan de cenar, se relajan co-miendo un helado, le piden a el Tigre que cuente la anécdota con el licor. El Tigre comienza su relato: “Cuando llegamos a Cali, empecé con los entrenamientos junto al grupo de compañeros, después de 2 semanas donde hice trabajos muy intensos, comenzó el campeonato. Arrancamos con el pie derecho, porque el primer partido lo ganamos 4 a 2, tuve la suerte de hacer 2 goles. Jugamos la segunda fecha donde metí otro gol, en la tercera fecha estuve tranquilo y en la cuarta fecha tuve la suerte de meter 4 goles, llevarme la pelota y ganamos 6 a 1. En el vestuario hicimos un festival -se ríen los amigos porque saben como se festejan esos triunfos- además meter 4 goles pocas veces sucede, me sonrío porque meter tantos goles en las primeras fecha les llamó la atención a mucha gente, yo no venía como un gran goleador, la cuestión es que cuando estábamos todos festejando en el vestuario se me acerca uno de los directivos y me dice que mañana, en mi día libre, iba a ir un auto a buscarme para ir a almorzar con una buena gen-te que me quería conocer, enseguida le dije que no quería, porque era el día de estar con mi familia, me miro y me dice: “No tenés opción Benítez, tenes que ir a almorzar con esta persona y te pasan a buscar a las 12hs del medio-día”. Pegó media vuelta y se fue. Me quede pensando quién sería el que me quería conocer. Al día siguiente a la hora en punto dos autos negros pa-raron en casa, bajaron 2 muchachos, tocan timbre, preguntan por mí y al salir me acompañan hasta el auto de atrás, me hacen subir a la parte trasera del segundo auto y arrancan. En eso se abre una ventanilla del lado del acom-pañante quien me invita a que me ponga cómodo, que había bebidas si quería tomar o podía prender la tv para mirar lo que quiera. Agradecí todo, pero me quedé mirando por la venta-nilla por donde íbamos. En 30 minutos llegamos a un portón que fue abierto automáticamente, entramos por un camino todo arbolado hasta llegar a una casa espectacular, con una gran escalera por la que tenía que subir. Me abren la puerta, salgo, subo las esca-leras y aparece una persona, muy sonriente, todo vestido de blanco y dirigiéndose a mí me dice: “Bienvenido Sr Benítez, muchas gracias por llegarse hasta mi casa. Le agradezco que haya aceptado mi invitación a almorzar”. Nos estrechemos las manos con gran fuerza. “Mi querido amigo -continua- lo primero que quiero es felicitarlo por su juego, por haber contribuido con sus goles a los triunfos del equipo y por llevar tan arriba el nombre de nuestro amado Club”. “Muchas gracias, Señor…” le digo y me quedo sin saber a quién agradecer, él se da cuenta y me dice: “No se preocupe, muchacho, veo que no le han dicho nada sobre mi persona. Está bien, la gente se mantiene cuidadosa, pero no hay secreto, soy Julio Ernesto Fernández Escobar, me dicen “el Jefe” porque son las ini-ciales de mi nombre, como a usted le dicen el Tigre, ¿no es así?”. Pude asentir, entramos a la casa “Pase por aquí Tigre, ¿está bien que lo lláme así?”. “Si, por supuesto Sr.” Le conteste. “Por favor, si te llamo Tigre, me puedes llamar Jefe. Los amigos me llaman así, también”. Llegamos a un amplio living, para sentarnos en unos hermosos sillones, muy mullidos. Siguió hablando y hablando, no paraba, era una máquina de hablar, hasta que se acerca una persona que le dice algo por lo bajo, él lo mira y le dice: “Ok, Cristian, tráelo aquí y luego vamos a sentarnos a la mesa”. Me mira y me dice: “Ahora Cristian nos va a traer un licor de choique, se llama La Selva, lo hacen unos indígenas que vive en los montes, en las selvas de las montañas, la producción es totalmente para ellos, para sus familias, pero por suerte me han acogido como uno de ellos, como su amigo, entonces siempre me traen varias botellas, nunca me dejan sin su brebaje, las cuales se las agradezco con todo el corazón. Este licor lo tomamos como un aperitivo para el almuerzo, te abre el apetito y te pone de buen humor”. Aparece Cristian con una bandeja, una botella y dos vasitos, sirve un poquito en uno de ellos, lo toma y luego llena los dos vasitos juntos, le da al Jefe el vasito donde él había tomado y me alcanza el otro a mí. Me dice el Jefe antes de probarlo: “Tigre, este es un licorcito extremadamente apetitoso y afrodisiaco debes tener cuidado, pero jamás tomes una segunda copa porque enseguida te quedas dormido, te despertás a las 3 o 4 horas y no tendrás idea de lo que paso en ese tiempo, aunque tu no lo creas, pero una copita es lo recomendable. Recuerda siempre eso, Tigre”. Pero como tenía una intriga le dije: “Disculpe Jefe, pero ¿cómo es que llego a ser tan amigo con esta gente?”. “Te cuento antes de tomarlo -me dice- con el padre de Cristian habíamos ido a cazar a la selva montañosa, estábamos caminando buscando alguna presa y escuchamos un quejido, bajamos hacia el rio, vimos escapar un animal y nos encontramos con un chico, todo lastimado, creíamos que estaba muerto, tenía toda la ropa desgarrada, pero sentimos que respiraba, enseguida lo cargamos y lo llevamos hasta la camioneta, lo llevamos hasta una salita de emergencia en donde le hicieron los primeros auxilio. Como necesitaba mayor atención médica, entonces lo volvimos a subir a la camioneta para llevarlo al hospital más cercano, que estaba como a 20 o 30 km para que reciba los cuidados necesarios. Terribles mo-mentos pasamos mientras el muchacho era operado. No nos importó el tiempo, ni el cuidado que necesitaba, nos quedamos a su lado hasta que nos dijeron que estaba estable, fuera de peligro. Fueron varios días que acompañamos al muchacho. Paso una semana, se recuperó bastante pero su español muy limitado, su idioma madre era de alguna tribu indígena del interior. Cuando estuvo lucido y podía mantener una conversación, le pregunte dos cosas ¿qué había pasado? y ¿de dónde provenía? Me dice “Soy Yanacona, una tribu de la selva, nuestra tribu es de las más importante. Sali a cazar algún animal, como muchas veces, tome el camino hacia el rio, al llegar a unas rocas fue cuando me resbalé, quede descuidado y creo que me atacó un leopardo, casi no pude defenderme, en eso escucho las voces de gente que venía hacia nosotros y el animal escapó, por las heridas me desmayé, ahora, me doy cuenta que fueron ustedes, muchas gracias. Cuando este mejor, si usted me puede llevar de vuelta a casa, será muy apreciado por mi abuelo quien es el cacique y por toda la gente de la tribu”. Cuando estaba bien, que podía viajar, subimos en la camioneta y viajamos hasta donde nos indicó Coiyo, así se llamaba el muchacho. Paramos en un paraje y seguimos a pie durante varios kilómetros hasta llegar a un caserío que era la tribu. Hubo cantidad de gritos y algarabía al ver llegar a Coiyo sano y salvo. (continuara)
Por: Juan Bermúdez - enjuber@hotmail.com
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