GIGANTES EN LOS CIELOS PREHISTÓRICOS
Recientemente se han dado a conocer estudios sobre hallazgos realizados en nuestra región y que tienen que ver con particulares animales voladores de los cuales se sabe poco, debido a que sus restos son muy escasos y en muchos casos hasta se los clasificó de manera errónea. Esto nos indica que aún hay mucho que investigar para saber qué seres vivían hace miles de años y cómo era su medio ambiente.
Un antepasado enorme
Las grandes colecciones de vertebrados fósiles realizadas entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX por los primeros paleontólogos argentinos, aún revelan importantes sorpresas. Ejemplo de ello es el reciente redescubrimiento en las colecciones del Museo Argentino de Ciencias Naturales de los restos de un ave rapaz de gran tamaño que permanecieron sin ser estudiados durante casi cien años. El hallazgo original fue efectuado durante 1927 por los célebres pioneros de la paleontología bonaerense, Jorge Lucas Kraglievich y Lorenzo Julio Parodi, en las barrancas del Río Quequén Grande al sudoeste de la provincia de Buenos Aires.
Un trabajo publicado por investigadores del Museo de Historia Natural de Montevideo (Jones Washington, Andrés Rinderknecht y Ernesto Blanco) y de la Fundación Azara (Marcos Cenizo y Federico Agnolin) en la revista alemana “Neues Jahrbuch für Geologie und Paläontologie” (Nuevo Anuario de Geología y Paleontología), indica que los restos descubiertos en 1927 pertenecieron a una especie extinta de carancho cuyo tamaño era tres veces superior al de los actuales.
Mediante un análisis estadístico utilizando como muestra comparativa un gran número de aves rapaces actuales, los investigadores estimaron que el ave en vida debió tener una masa corporal de 7.2 kg (con un rango de error de entre 11.2 y 4.6 kg), contrastando con el 1.5 kg que puede llegar a pesar como máximo un carancho actual. El tamaño gigantesco de este carancho fósil rivaliza solo con las mayores aves rapaces existentes en la actualidad como el Águila Harpía o el Cóndor Andino, y lo convierte en el miembro de mayor tamaño conocido para la familia de los Falcónidos (familia que agrupa a los caranchos, chimangos y halcones).
Los caranchos son aves oportunistas y carroñeras, por lo que se presume que el gran tamaño que alcanzó este pariente extinto podría ser por su convivencia con los mamíferos de más de una tonelada que componían la megafauna pampeana, por lo que se supone que evolucionó de igual manera.
Un gigante misterioso
Los Teratornos fueron aves voladoras gigantescas de hábitos carroñeros y predadores que habitaron el continente americano durante casi 25 millones de años hasta su extinción hace unos 12 mil años.
Los primeros restos de estas aves fueron descubiertos en 1909 en los célebres pozos asfálticos de Rancho La Brea, California. Allí se recuperaron centenares de ejemplares pertenecientes a la especie que da nombre a esta familia de aves extintas: Teratornis merriami (“ave monstruosa de Merriam”, como indica su nombre científico). A pesar de que se conocen estos restos desde hace más de un siglo, el parentesco con otras aves permanece aún incierto, aunque se indica que están relacionados con los cóndores, los pelícanos y las cigüeñas.
Se han reconocido unas siete especies de teratornos, entre ellos el enorme Argentavis magnificens, hallado en la década de 1970 en la provincia de La Pampa. Tenía un peso estimado en 70 kilogramos y una envergadura alar de hasta 7 metros, por lo tanto, fue el ave voladora de mayor tamaño conocida hasta el momento. Ahora, gracias a restos que fueron encontrados recientemente en Santa Fe, Pehuen Có, provincia de Buenos Aires y en cercanías del arroyo Chocorí, entre Mar del Sud y Centinela del Mar, además de la revisión de ejemplares hallados en los años 30 y 50, se amplían los conocimientos sobre estas y se está comprendiendo su distribución a través del tiempo.
El teratornis alimentándose del cadáver de un notiomastodon
Se cree que los Teratornítidos se originaron en América del Sur ya que sus restos más antiguos fueron hallados en yacimientos con edades de entre 25 y 5 millones de años ubicados en Brasil y Argentina. Luego de este largo período los Teratornos desaparecen del registro fósil de América del Sur, pero se vuelven notablemente abundantes y diversos en América del Norte hasta su extinción al final del Pleistoceno, hace unos 12 mil años. La ausencia de estas gigantescas aves durante los últimos 5 millones en América del Sur de años, era hasta el momento un misterio.
Su presencia había pasado inadvertida por muchos años ya que algunos materiales fueron colectados en la década del 30, en parte porque se trataba de ejemplares muy fragmentarios y fácilmente confundibles con cóndores, pero hace unos 10 años se empezó a comprender que no se trataba de estos grandes carroñeros, gracias al hallazgo de más restos fósiles.
de los huesos de un Nuevo Teratorno versus el Cóndor
El estudio comparativo de los restos sugiere que podría tratarse de una nueva especie afín al norteamericano Teratornis merriami, sin embargo, su confirmación requiere de fósiles más completos. Por otra parte, el análisis de la diversidad y cronología de las comunidades de aves carroñeras y predadoras de ambas Américas parece indicar que los Teratornítidos se extinguieron varios miles de años antes en Sudamérica, mientras que en Norteamérica llegaron a convivir con los primeros grupos humanos hasta unos 12 u 11 mil años atrás. Posiblemente las leyendas de las Thunderbirds o “aves del trueno” de aquellas culturas se hayan basado en recuerdos contados por generaciones.
Por su tamaño estas aves seguramente ocuparon lugares significativos en las redes alimentarias del Pleistoceno en América del Sur, siendo de gran relevancia al momento de comprender como funcionaron los ecosistemas pasados y de este modo interpretar con mayor profundad el funcionamiento de los actuales. El rol de los carroñeros en un ecosistema es fundamental para el equilibrio entre los seres vivos.
En el estudio de estos materiales, participaron los investigadores Marcos Cenizo, Jorge Noriega, Raúl Vezzosi, Daniel Tassara, Rodrigo Tomassini, integrantes de la Fundación Azara, el CICYTTP-CONICET Diamante, la Facultad de Ciencia y Tecnología-UADER y el Museo Municipal de Ciencias Naturales Pachamama
Granes voladores nocturnos
Otro interesante resto fósil fue presentado recientemente a la comunidad científica internacional por los investigadores Santiago Brizuela y Daniel Tassara, tratándose de un vampiro extinto, de tamaño algo mayor de los conocidos hasta el presente, en las inmediaciones del arroyo Ballenera, ubicado entre Miramar y Mar del Sud.
Los vampiros en la actualidad, son mamíferos que sólo viven en América, pertenecientes a la familia de los Desmodóntidos, conocidos por alimentarse de sangre de animales, o sea son hematófagos. Constituye una variedad de murciélagos, que incluye a solo tres especies vivientes, como el vampiro común (Desmodus rotundus), el vampiro de alas blancas (Diaemus youngi), y el vampiro de patas peludas (Diphylla ecaudata).
En realidad, son animales pacíficos que se alimentan de sangre de animales, y a veces de humanos, por unos breves minutos sin generar molestias, tal es así, que sus falsas víctimas ni lo presienten. El problema es que pueden transmitir rabia u otras enfermedades si están infectados. Seguramente sus representantes prehistóricos tenían comportamientos similares. La rama mandibular del vampiro fue identificada originalmente como Desmodus draculae, especie encontrada por primera vez en Venezuela en 1988, y su nombre alude al fantasmal personaje de ficción. Vivió en el Cuaternario de América, y tuvo un tamaño mayor que el actual vampiro común.
Su envergadura sería de dimensiones algo más grandes que las de un teclado de computadora, pero significativamente mayor que sus representantes actuales.
En el momento que vivió el Desmodus draculae en el sudeste bonaerense, sobre lo que hoy es la costa atlántica de Argentina, la región estaba habitada por enormes perezosos gigantes, como el megaterio, por manadas de elefantes sudamericanos extintos, como Notiomastodon, mamíferos acorazados gigantes como los gliptodontes, o por el emblemático tigre dientes de sable, además de muchas otras bestias, hoy desaparecidas.
Otra particularidad es que esta rama mandibular fósil fue encontrada en el interior de una cueva o madriguera de 1,2 metros de diámetro, que según se cree fue realizda por un perezoso gigante de la familia Mylodontidae, como Scelidotherium. No sabemos si este vampiro ingresaba a la cueva para alimentarse, refugiarse, o fue presa de otro animal.
Otro detalle importante del descubrimiento de esta mandíbula fósil de vampiro, es que brinda datos paleoambientales y paleoclimáticos para el Pleistoceno superior, pues su pariente más directo, el vampiro común (Desmodus rotundus) actualmente se encuentra a 400 kilómetros al norte de la ubicación de este vampiro fósil. Por lo tanto, las condiciones ambientales del sitio del arroyo Ballenera hace unos 100.000 años habrían sido diferentes a las que hoy podemos observar.
Los únicos antecedentes de vampiros antiguos de Argentina, corresponden a los hallados en esta zona. Uno de ellos, es un canino superior aislado del Holoceno muy tardío de la vecina localidad de Centinela del Mar, referido a D. draculae, que no llego a ser un fósil, pues la datación radio carbónica dio una antigüedad de sólo 300 años.
Lo que indica este nuevo resto fósil, el ejemplar histórico, y otros hallazgos en varios puntos de Sudamérica, es que Desmodus draculae, fue el último de estos grandes mamíferos voladores, el cual se extinguió recientemente, quizás como consecuencia de la ‘Pequeña Era de Hielo’.
Estos hallazgos excepcionales forman parte de las colecciones científicas del nuevo Museo de Ciencias Naturales de Miramar, inaugurado en 2019 en conjunto entre el Municipio de General Alvarado y la Fundación de Historia Natural Félix de Azara.
Por: Museólogo Daniel Boh - Museo Punta Hermengo
museomiramar@fundacionazara.org.ar
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