INCREÍBLE DESTINO
Corrían los años 60, nos encontrábamos en Miramar, una hermosa ciudad junto al mar, reunidos en una cancha de fútbol, jugando un partido de 4 contra 5 y divirtiéndonos entre amigos. La canchita estaba en uno de los muchos terrenos baldíos invadidos con dos arcos hechos con ramas de mioporo o eucalipto de los alrededores. Siempre encontrábamos alguno libre y se armaba un picadito.
Ese día era sábado, se iba cayendo el sol, perdíamos 3 a 1 contra los amigos que jugaban enfrente y de repente escuchamos: “Hola, ¿podemos jugar?” - preguntó un muchacho acompañado de uno mas pequeño. Eran unos muchachos de piel morena y motas en la cabellera, uno alto, elegante y fuerte, el otro más bajo con cara de nene y mucho mas menudito. Apenas los vimos, les dije: “Sí, vos podés entrar porque nos falta uno, pero vos (el otro) sos pequeño para jugar” “No se preocupen, mi hermano está acostumbrado a jugar” -nos respondió el más grande con un acento raro. Claro, después nos enteramos que eran brasileños. Los dejamos jugar a los dos para nuestro equipo, en pocos minutos emparejamos el marcador y terminamos ganando por 6 a 4.
Con el sol escondiéndose terminó el encuentro, los cargamos un poco, nos divertimos un rato y antes de irnos le pregunto a los muchachos cómo se llamaban – porque durante el partido les decíamos “pasala negro” y “pasala negrito”. El mayor me dice: “El es Joao Henrique y yo soy Carlos Alberto Torres. ¿y vos como te llamas?” “Yo soy Juan, este es Mario y aquel es Hugo”. Nos saludamos entre todos y me fui acompañado de nuestros nuevos amigos. Caminando le digo a Carlos Alberto: “Che, me gustaría que vengas a jugar a nuestro equipo que integra la liga, en la 4ta división que es donde juego. A tu hermano no le digo porque es mucho más chico, ¿Qué te parece? ¿Queres venir?”. “Si, me encantaría Juan, ¿decime cuándo y dónde?” me dice con la cara iluminada. “El martes a las 6hs te paso a buscar y vamos; te presento al entrenador para que te conozca y nos quedamos a la práctica”. Caminábamos hasta nuestras casas y me fue contando, en su portuñol, que a su padre lo habían contratado de un hotel porque era un excelente Chef, habían pasado todo el verano y se pensaban quedar todo el año en Miramar, porque seguía con trabajo. Llegamos a una esquina y nos despedimos hasta el martes.
Cuando arribamos al entrenamiento, fuimos a ver al Director Técnico para presentarle a Carlos Alberto; lo miré y le dije: “Don Manuel, le presento a un amigo, Carlos Alberto, viene de Brasil, juega de 4 y tiene un juego muy bueno. Lo tiene que ver jugar, nos va a ayudar mucho.” Don Manuel nos mira y dice: “Tenemos un par de semanas para practicar; lo observo y después tomo una decisión. Vayan a cambiarse”. Durante 2 semanas nos entrenamos y practicamos para que llegue el primer partido contra un equipo contrario.
Llegó el momento esperado, jugábamos el sábado próximo un amistoso contra Juventud Unida de Otamendi. El viernes le dije a Carlos Alberto que lo pasaba a buscar para ir a ver la pizarra donde figuraban los apellidos de los convocados. Esa caminata que me acercaba a la puerta del Club donde se encontraba la pizarra siempre me pareció muy motivadora, me llenaba de felicidad, deseaba que mi nombre aparezca escrito y me apuraba para verla. No le comenté nada a Carlos Alberto, pero me parecía que el también estaba entusiasmado por ver la pizarra. Llegamos frente a ella y para alegría de los dos estaban nuestros nombres; además decía que el sábado a las 12hs teníamos que estar en nuestra cancha, que quedaba en la calle 44 entre 7 y 5 junto a las vías del tren, porque el partido comenzaba a las 13:30 hs. Nos volvimos caminando a nuestras casas y le dije que lo pasaba a buscar al día siguiente para ir juntos a la cancha.
Al mediodía del sábado, salí en bici a buscar a Carlos Alberto. Cuando llego a su casa me estaba esperando en la puerta, le dije que íbamos en bici, pero me dijo que no tenia, lo subí en mi manubrio y salimos para la cancha. Al llegar a la estación de servicio ESSO, que estaba donde hoy está el Automóvil Club, se nos pincha la bici, la dejé en un bicicletero y salimos corriendo. Llegamos un poco cansados, pero a tiempo, nos juntamos con todos, nos fuimos al vestuario y allí nos encontramos con Don Manuel, el Técnico. Nos entregó un par de medias, un pantalón y la camiseta. Cuando nos estábamos cambiando apareció el que ayudaba a Don Manuel con una bolsa llena de botines, los desparramó por el suelo y cada uno fue eligiendo el par que calzaba bien. Carlos Alberto agarró un par muy lindo, que le iba muy bien pero que estaba medio roto y se te clavaba un tapón en la planta del pie. Le traté de advertir las dificultades del calzado, pero no me hizo caso.
Comenzó el partido, nos sentíamos a gusto jugando de nuevo al futbol con todos los compañeros y el agregado de nuevos amigos. En las primeras jugadas en las que tuvo que intervenir Carlos Alberto, se dio cuenta que los botines eran horribles y le pinchaban la planta del pie, como le había dicho. Tuvo que aguantar todo el primer tiempo con esos botines. Al sonar el silbato dando por finalizado este tiempo con el marcador Atlético 0 vs Juventud 1, nos dirigimos al vestuario, nos esperaba Don Manuel quien nos hizo sentar y nos dijo: “Quiero que lleven el juego mucho mas ofensivo, que ataquen más, júntense en cada sector de la cancha, donde vaya la pelota tiene que haber 2 o 3 de ustedes, porque la pelota es muy pesada y los pases largos no llegan, tienen que hacer pases cortos. ¿Entendieron?” “Si, Don Manuel” -dijimos al unísono. Tenía razón el Técnico porque la pelota de esa época pesaba como un kilo y medio o dos kilos, ni les cuento que cuando se mojaban eran pesadísimas, no podías hacer que se levantara, para eso tenías que pegarle muy justo, sino te salía un tirito. Las pelotas de ahora pesan menos de 700gr y vuelan por el aire apenas las golpeás. Mientras descansábamos, Carlos Alberto, se dedicó a cambiar sus botines, solo consiguió unos que eran dos números mas grandes que su pie, pero no le importaba, solo quería seguir jugando.
Cuando salíamos para el segundo tiempo, íbamos alentándonos y recordando lo que dijo Don Manuel. Me acerco a Carlos Alberto y le digo: “Soltate, Negro, anda para adelante como a vos te gusta. Anda hasta el fondo, tirá el centro que voy a estar en el área para cabecear tu centro. Dale con todo” “Si, Juan, me mando hasta el fondo todo lo que pueda, no te preocupes.” Y corrimos hacia el centro de la cancha.
Empezó el segundo tiempo, atacamos con todo y a los 5 minutos, Carlos Alberto se manda hasta el fondo por la raya derecha y lanza un centro perfecto al medio del área, allí estaba yo y le pegué un cabezazo que entró por el lado izquierdo del arquero de Juventud. Gran alegría de todos nosotros por el empate, pero no nos conformamos queríamos la victoria. Seguimos atacando y, luego de un córner, le queda la pelota de frente a Carlos Alberto, le pega tal zapatazo que la pelota se clava en un ángulo, pero el botín grande que calzaba sale disparado directo a la nariz del arquero, quien empezó a sangrar. Nosotros salimos gritando el gol, pero el árbitro lo anulo, hizo atender al arquero, amonesto a Carlos Alberto y lo mando a arreglar los botines. Con los compañeros recordábamos como voló el botín y no podíamos aguantar la risa. Pasado el momento medio trágico y medio cómico, continuó el partido. Pudimos imponer nuestro juego, atacamos tanto que metimos a Juventud en su área y pudimos hacer más goles. Terminó el partido con nuestro triunfo por 4 a 1 y Carlos Alberto, a pesar de sus botines grande, metió el 4to gol con un hermoso tiro desde el borde del área grande que salió rozando el suelo y entró al lado del palo derecho del arquero de Juventud.
Nos saludamos con los contrarios y salimos muy felices con nuestros últimos 45 minutos. Don Manuel nos esperó en el vestuario para mostrarnos su alegría, darnos sus palabras de aliento y felicitarnos por ese gran 2do tiempo. Rápidamente nos pidieron que entregáramos los botines para que los puedan usar los muchachos de la 3ra, ya que les tocaba jugar a ellos su partido contra Juventud. Así lo hicimos, igual con las medias, los pantalones y las camisetas. Algunos nos quedamos a ver la 3ra y otros se fueron a sus casas.
Al finalizar la 3ra, empatando 2 a 2, con Carlos Alberto nos fuimos caminando a buscar la bici y seguir para nuestras casas. En el trayecto fuimos hablando de lo bien que habíamos jugado en el 2do tiempo, nos reíamos con la historia del zapatazo al arquero y nos felicitábamos por el gol que habíamos hecho. Llegado el momento cada uno se fue a su casa y quedamos en vernos pronto.
Pasaron un par de meses, jugamos como 6 o 7 encuentros por el campeonato, compartíamos el primer puesto con Sud América y cada partido nos entendíamos mejor. Con Carlos Alberto habíamos conformado una buena dupla por la banda derecha, él de lateral y yo de wing. Pero una tarde, ya en el mes de junio, aparece por casa con una noticia que nos sorprendió a todos: se volvían a Brasil. Los padres sufrían mucho el frio y la humedad de la ciudad, además a su papá lo quería contratar la cadena de Meridien Hotel, muy importante en su país. En dos días salían para Rio de Janeiro. Me quedé sin palabras; cuando reaccioné le dije que lamentaba mucho que se fuera, que se iba a sentir su ausencia en el equipo, que le deseaba toda la suerte del mundo y que ojalá la vida nos permita encontrarnos otra vez en una cancha o en la vida misma. Antes de que se fuera le dije: “No falles, tenés que seguir jugando al fútbol porque tenés muchas condiciones y en Rio seguro que conseguís algún club para probarte” “Si, no te preocupes – me dijo – voy a seguir jugando porque amo este juego. Ya estuve por Flamengo y voy a volver a ver si puedo seguir jugando ahí. Es mi ilusión. Vos también, seguí jugando al fútbol y, seguro, nos encontramos en alguna cancha.” Nos despedimos con un abrazo y le prometí que le daría sus saludos a Don Manuel y a todos los muchachos.
No volví a saber de él por mucho tiempo, hasta que lo descubrí jugando en la primera del Flamengo y me puso muy contento. Luego traté de encontrar noticias, pero se hizo muy difícil. Hasta que llego el Mundial de México en 1970. Carlos Alberto era el capitán de la selección de Brasil. Formaron un equipo fantástico que jugó la final contra Italia. Ganaron 4 a 1 en una demostración hermosa de fútbol. Nuestro amigo, Carlos Alberto, sacó un zapatazo al ras del suelo desde el borde del área grande, para meter la pelota en el palo derecho del arco italiano y concretar el 4to gol del partido final. Luego, lo vimos levantando la Copa.
En ese momento pensé: “¿Se habrá acordado que metió un gol muy parecido al que hizo en nuestro partido con Juventud? Pensar que ese muchacho pisó las canchas de General Alvarado... Se me escapó una risotada y me mandé al carajo soltando sonrisas dibujadas en mi cara. ¡Suerte Carlos Alberto! ¡Que hayas disfrutado mucho semejante carrera!
Por: Juan Bermúdez - enjuber@hotmail.com
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