FUENTES DEL SUFRIMIENTO HUMANO
Tres son las fuentes del sufrimiento humano: el poder de la naturaleza, la caducidad de nuestro cuerpo, y nuestra insuficiencia para regular nuestras relaciones sociales. Las dos primeras son inevitables, pero no entendemos la tercera: no entendemos por qué la sociedad no nos procura satisfacción o bienestar, lo cual genera una hostilidad hacia lo cultural.
El malestar en la cultura: Sigmund Freud.
Para recapacitar XIV
Manual de Vida de Epícteto (35 d. c a 135 d.c)
Las relaciones con los demás nos revelan nuestros deberes
No eres una entidad aislada, sino una parte única e irreemplazable del cosmos. No lo olvides. Eres una pieza esencial del rompecabezas de la humanidad. Todos formamos parte de una comunidad humana vasta, intrincada y perfectamente ordenada. ¿Mas dónde encajas en esta telaraña de humanidad? ¿A quién le estás obligado?
Busca cuáles son y comprende tus relaciones con las
demás personas. Al reconocer las relaciones naturales e identificar los deberes definimos nuestra situación en el esquema cósmico. Los deberes resultan naturalmente de relaciones tan fundamentales como la familia, el vecindario, el lugar de trabajo y el estado o la nación. Debes adquirir el hábito de examinar regularmente tus funciones (padre, hijo, vecino, ciudadano, líder) y los deberes naturales que conllevan. Una vez que sepas quién eres y a quién estás vinculado, sabrás lo que tienes que hacer.
Si un hombre es tu padre, por ejemplo, deberás satisfacer determinadas exigencias emocionales y prácticas. El hecho de que sea tu padre implica un vínculo fundamental y duradero entre vosotros dos. Por naturaleza estás obligado a cuidar de él, a escuchar su consejo, a tener paciencia con sus opiniones y respetar sus indicaciones.
Sin embargo, supongamos que no es un buen padre. Tal vez sea necio, ignorante, grosero o sostenga opiniones muy distintas de las tuyas. ¿Acaso la naturaleza le da a cada uno el padre ideal, o siquiera un padre? Cuando se trata del deber fundamental como hijo o hija, el carácter, la personalidad y los hábitos de tu padre, sean cuales sean, son secundarios. El orden divino no diseña las personas ni las circunstancias a nuestro gusto. Tanto si te resulta agradable como si no, ese hombre es, al fin y al cabo, tu padre, y debes cumplir con tus obligaciones
filiales.
Supongamos que tienes un hermano o una hermana que te trata mal. ¿Qué más da? Sigue existiendo el imperativo moral de reconocer y mantener tus deberes fundamentales para con él o ella. No te centres en lo que él o ella hace, sino en seguir tu elevado propósito. Tu propósito debería buscar la armonía con la naturaleza. Pues éste es el verdadero camino hacia la libertad. Deja que los demás actúen como quieran; de todos modos eso escapa a tu control y por consiguiente no te concierne. Comprende que la naturaleza en conjunto está ordenada de acuerdo con la razón, pero que no todo en la naturaleza es razonable.
Cuando pones empeño en llevar a cabo acciones propias de una persona sabia y prudente, intentando conformar tus intenciones y actos a la voluntad divina, no te sientes víctima de las palabras o las acciones de los demás. En el peor de los casos, esas palabras y acciones te parecerán divertidas o lamentables.
Salvo en el caso de malos tratos físicos extremos, los demás no pueden hacerte daño, a no ser que se lo permitas. Y esto sigue siendo cierto aunque la persona en cuestión sea tu padre, hermano, hermana, maestro o patrono. No consientas que te hagan daño y no te lo harán. Sobre esta elección sí tienes control.
La mayor parte de la gente tiende a engañarse a sí misma pensando que la libertad consiste en hacer lo
que te hace sentir bien o lo que favorece el bienestar y la tranquilidad. Lo cierto es que quien subordina la razónala sensación del momento, de hecho es esclavo de sus deseos y aversiones. Está mal preparado para actuar con eficacia y nobleza cuando se presentan desafíos inesperados, cosa que inevitablemente se da.
La auténtica libertad exige mucho de nosotros. Sólo si descubrimos y comprendemos nuestras relaciones fundamentales y cumplimos con entusiasmo con nuestro deber, la verdadera felicidad, a la que todo el mundo aspira, será efectivamente posible.
Por: Héctor Cobas - hectorco@infovia.com.ar
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