CURIOSA LECHUZA DIURNA: LECHUCITA VIZCACHERA
Esta pequeña y original lechuza pudo escapar milagrosamente a la leyenda negra que pesa sobre sus parientes, hoy resulta un personaje simpático que habita entre nosotros.
Sus costumbres diurnas y el carácter confiado la convierten en una presencia familiar para el hombre de campo que suele llamarla también “lechucita pampa” por ser de llanura, no se la encuentra en montes de vegetación cerrada, pero sí en zonas donde abundan árboles y arbustos dispersos. Habita en cuevas que utiliza en forma permanente y durante varios años. Aunque a veces aprovecha madrigueras ajenas especialmente de vizcachas (de ahí su nombre), cuando construye su propia cueva se vale de sus garras y su pico para cavar dejando una entrada estrecha. Siempre busca una loma para evitar que se inunde la cueva que consiste en una galería sinuosa y descendente que alcanza una longitud de uno a dos metros, la galería finalmente llega hasta la cámara donde hace el nido con pastos secos acumulados. Cuando llega la primavera, la lechucita pone de cuatro a seis huevos blancos inmaculados casi esféricos como los de todas las lechuzas.
Esta lechucita vizcachera o pampa, es conocida por los científicos como Athene cunicularia, tiene la particularidad de ver mejor que otras lechuzas durante el día, por eso no trata de esconderse. Solemos encontrarla en barrios cerrados o en zonas poco pobladas, generalmente posada en postes de alambrado o en algún montículo del terreno, si hacemos la prueba de pasar cerca, nos mirará fijamente siguiéndonos con la vista mientras gira la cabeza a 180 grados como sobre un pivote, como si no tuviera cuello. Si nos acercamos a ella, veremos que inclina la cabeza y el cuerpo a la vez que emite un breve grito al que le siguen tres exclamaciones como de protesta, si levanta vuelo, lo hará por apenas unos veinte metros para volver a posarse como encarando al intruso pero desde lejos, repitiendo casi con seguridad una vez más el grito y las tres exclamaciones.
Viven en pareja durante todo el año, durante el día se posan en la entrada de su madriguera o en el montículo de la vizcachera, gustan estar tan cerca una de otra que casi se tocan, como están familiarizadas con el hombre, solemos verlas hasta en nuestros propios postes de alambrado, a veces ubican sus cuevas al pie de estos postes.
En tiempos de las tribus pampas la conducta de estas aves era mucho más sigilosa, arisca porque fueron muy cazadas por los indios a raíz de la creencia que las vinculaba con los “malos espíritus”, por eso siempre que podían las mataban y en sus viajes no se detenían ni acampaban en sitios donde las lechucitas vizcacheras o cualquier otra especie de lechuzas fueran vistas. Hoy por suerte hemos evolucionado en ese aspecto y nuestra lechucita pudo abandonar sus desconfiados hábitos para volverse bastante mansa.
Las lechucitas vizcacheras son territoriales, es decir que se aferran al lugar donde viven, mientras crían a sus pichones permanecen muy activas tanto de día como de noche, suelen cazar toda clase de animalitos mientras estos no resulten demasiado grandes como para vencerlos, hasta ratones a los que a veces seccionan en partes, también cazan sapos y culebras a las que matan golpeándolas contra el piso. Su manera de atrapar una presa es digna de observarse: Aferran la presa entre sus garras con mucha fuerza al punto que se tambalean en el aire, a veces pierden el equilibrio debiendo sacudir sus alas para recuperarlo pero suelen caer aleteando a tierra junto con la presa.
Cuando llega el crepúsculo las lechucitas comienzan a ulular repitiendo un sonido algo quejoso y suave semejante a las notas más graves de una flauta. Vocalizan mucho durante la primavera y a veces se contestan entre si. Es curioso verlas en cada temporada limpiar de basura y tierra suelta la entrada de la cueva que será reutilizada por dos o más años. Los pichones salen a los pocos días a la entrada de la madriguera para asolearse y recibir los alimentos que sus padres les traen. Si un extraño se les acerca, los pequeños comienzan a castañetear sus picos, sin embargo se resisten a entrar a la cueva, no obstante cuando aprenden a volar y se alejan un poco de ella, no dudan en ir a refugiarse en su interior ante un peligro inminente. La familia suele vivir junta durante cuatro o cinco meses.
El gran ornitólogo y observador de la conducta de las aves Guillermo Enrique Hudson (1841-1922) comentaba que en la provincia de Buenos Aires donde tuvo oportunidad de observar con atención a estas lechucitas comprobó que su instinto excavador varía de un individuo a otro, algunas buscan insistentemente instalarse en una vizcachera, otras parejas comienzan a excavar su cueva cuando ya está avanzada la época de cría, ellas se reproducen en los meses de octubre y noviembre, pero hay otras que comienzan a excavar en el mes de abril, es decir seis meses antes del período reproductivo. Observó además que ambos miembros de la pareja trabajan turnándose de tal manera que mientras uno excava, el otro se queda cerca observando y aparentando un gran interés para luego tomar el lugar del primero cuando se retira, pero Hudson también vio que en muy pocos casos es la hembra la que se ocupa de cavar la madriguera sin la ayuda del macho. Observó también que hay parejas que trabajan con diligencia construyendo hoyos hondos y prolijos mientras hay otras parejas que comienzan media docena de agujeros que abandonan enseguida, descansan dos o tres semanas luego de sus fallidos intentos. Sin embargo al llegar el período de cría tanto los laboriosos como los perezosos tienen sus cuevas listas.
El citado Guillermo Hudson notaba que eran tan apegadas al lugar donde habitaban que las tareas agrícolas no las ahuyentaban con facilidad. Lamentablemente esto ya ha quedado lejos en el tiempo porque los arados destruyen sus cuevas y sólo a lo largo de los alambrados y en algunas lomas no aradas encuentran lugar seguro. Tal vez su ulular dulce pero triste sea un lamento por las modificaciones ambientales que han desdibujado la pampa argentina.
Por: Bibiana Manfroni
Bibliografía: Las Aves de la Pampa Perdida. Guillermo E. Hudson. Ed. Asociación Ornitológica del Plata.
Cien Aves Argentinas. Pablo Canevari. Tito Narosky. Ed. Albatros.
Nidos y Huevos de Aves Argentinas- Guía de Campo. Dr. Martín R. de la Peña. Ed. Fundación Hábitat.
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