NUESTRO GIGANTE EMPLUMADO: EL ÑANDU
A veces llamado “avestruz” nuestro ñandú prolonga un linaje de aves colosales, que a pesar de estar atadas al suelo hicieron volar alto la imaginación de los hombres.
La estirpe de los “gigantes emplumados” todavía habita el planeta, ellos son el avestruz africano, el emú y el casuario en Oceanía, el ñandú pertenece a nuestra región, es sudamericano. Estas aves son descendientes de los dinosaurios, provienen del Cretácico, período geológico que terminó hace más de sesenta y cinco millones de años. Su adaptación les hizo desechar por completo el equipamiento que poseen las aves voladoras: quilla en el esternón, plumas rígidas en las alas y cola con diseño aerodinámico, nada de eso necesita porque la potencia muscular no basta para mantener en el aire criaturas que pesan más de dieciocho kilos.
Con algo de imaginación se los podría considerar “fósiles vivientes” ya que sortearon los últimos millones de años de la evolución sin cambios sustanciales.
La estirpe de los “gigantes emplumados” todavía habita el planeta, ellos son el avestruz africano, el emú y el casuario en Oceanía, el ñandú pertenece a nuestra región, es sudamericano. Estas aves son descendientes de los dinosaurios, provienen del Cretácico, período geológico que terminó hace más de sesenta y cinco millones de años. Su adaptación les hizo desechar por completo el equipamiento que poseen las aves voladoras: quilla en el esternón, plumas rígidas en las alas y cola con diseño aerodinámico, nada de eso necesita porque la potencia muscular no basta para mantener en el aire criaturas que pesan más de dieciocho kilos.
Con algo de imaginación se los podría considerar “fósiles vivientes” ya que sortearon los últimos millones de años de la evolución sin cambios sustanciales.
Atleta de las pampas
Los científicos le llaman “Rhea Americana”, para nosotros es el ñandú, que alcanza un peso de treinta kilos y erguido sobre sus patas tiene una altura de un metro con ochenta centímetros, suficiente para coronarlo como el ave más corpulenta de América, aunque no le alcance para disputarle el cetro mundial al avestruz africano. Tiene preferencia por las llanuras abiertas donde su largo cuello le permite detectar enemigos con facilidad y su “ropaje gris azulado se confunde con la bruma del horizonte”- según observó el naturalista Guillermo Hudson-
En nuestras llanuras nunca falta pasto alto o matorral tras el cual esconderse y sobra espacio para huir al trote en caso de fuerza mayor, de todos modos también habita zonas de monte como el Chaco y el Espinal, así llegó a conquistar el centro y nordeste del país. En cambio la patagonia y las pampas de altura del noroeste quedaron para el ñandú petiso al que llamamos “choique”( sería la versión de bolsillo del gigante emplumado al que hoy hacemos referencia).
Carente de aptitud para la aeronavegación, nuestro ñandú perfeccionó el arte de correr hasta llegar a límites asombrosos: cuando se siente en peligro por ser perseguido llega a los 60 km por hora ( la velocidad de un caballo o un galgo) y sin aflojar el ritmo realiza bruscos cambios de dirección y endiabladas gambetas al tiempo que levanta un ala a modo de vela para no perder el equilibrio. Esta desconcertante estrategia era un gran desafío para los gauchos que lo perseguían a caballo buscando arrojarle las “boleadoras ñanduceras”, era el primitivo entretenimiento del criollaje, lo sentían como una ocasión pintada para lucir destrezas en el manejo de la cabalgadura y las “bolas”. Además el ñandú fue un lucrativo negocio ya que a fines del siglo XIX las plumas estaban de moda tanto que en un momento muchos peones de campo y también parte de la tropa de los fortines se dedicaba al negocio de desplumar a miles de ñandúes, estas matanzas hicieron que casi los perdiéramos para siempre.
Nada frena al ñandú cuando quiere huir, sabe saltar zanjas y alambrados e incluso se atreve a cruzar a nado, ríos, arroyos y lagunas, quienes lo vieron nadar afirman que dejan su largo pescuezo fuera del agua y avanzan lanzando un triste silbido.
Los científicos le llaman “Rhea Americana”, para nosotros es el ñandú, que alcanza un peso de treinta kilos y erguido sobre sus patas tiene una altura de un metro con ochenta centímetros, suficiente para coronarlo como el ave más corpulenta de América, aunque no le alcance para disputarle el cetro mundial al avestruz africano. Tiene preferencia por las llanuras abiertas donde su largo cuello le permite detectar enemigos con facilidad y su “ropaje gris azulado se confunde con la bruma del horizonte”- según observó el naturalista Guillermo Hudson-
En nuestras llanuras nunca falta pasto alto o matorral tras el cual esconderse y sobra espacio para huir al trote en caso de fuerza mayor, de todos modos también habita zonas de monte como el Chaco y el Espinal, así llegó a conquistar el centro y nordeste del país. En cambio la patagonia y las pampas de altura del noroeste quedaron para el ñandú petiso al que llamamos “choique”( sería la versión de bolsillo del gigante emplumado al que hoy hacemos referencia).
Carente de aptitud para la aeronavegación, nuestro ñandú perfeccionó el arte de correr hasta llegar a límites asombrosos: cuando se siente en peligro por ser perseguido llega a los 60 km por hora ( la velocidad de un caballo o un galgo) y sin aflojar el ritmo realiza bruscos cambios de dirección y endiabladas gambetas al tiempo que levanta un ala a modo de vela para no perder el equilibrio. Esta desconcertante estrategia era un gran desafío para los gauchos que lo perseguían a caballo buscando arrojarle las “boleadoras ñanduceras”, era el primitivo entretenimiento del criollaje, lo sentían como una ocasión pintada para lucir destrezas en el manejo de la cabalgadura y las “bolas”. Además el ñandú fue un lucrativo negocio ya que a fines del siglo XIX las plumas estaban de moda tanto que en un momento muchos peones de campo y también parte de la tropa de los fortines se dedicaba al negocio de desplumar a miles de ñandúes, estas matanzas hicieron que casi los perdiéramos para siempre.
Nada frena al ñandú cuando quiere huir, sabe saltar zanjas y alambrados e incluso se atreve a cruzar a nado, ríos, arroyos y lagunas, quienes lo vieron nadar afirman que dejan su largo pescuezo fuera del agua y avanzan lanzando un triste silbido.
Apetito a toda prueba
Muy glotón, el ñandú dedica la mayor parte del día a buscar comida con la cabeza gacha, los ojos bien abiertos y un andar pausado, cada tanto picotea algo, lo suelta y al instante arremete de nuevo para engullirlo con avidez, todo le agrada: brotes, semillas, sapos, culebras, insectos, pichones de aves, ratones y hasta piedritas que lo ayudan a digerir el alimento. El Dr. Raúl Carman en su libro “De la Fauna Bonaerense” cita el caso de un ñandú fallecido en el zoo de Buenos Aires en 1950 a quien al realizarle autopsia presentaba en el estómago 555 gramos de monedas, llaves, trabas de corbatas y otras menudencias por el estilo aunque la guía oficial del zoo se ocupó de señalar que no fue esa ingesta la causa de muerte, es muy obvio que carece de sentido tener animales en cautiverio, ellos no nacieron para el encierro y tienen, como nosotros el derecho a vivir en libertad en su medio natural.
Muy glotón, el ñandú dedica la mayor parte del día a buscar comida con la cabeza gacha, los ojos bien abiertos y un andar pausado, cada tanto picotea algo, lo suelta y al instante arremete de nuevo para engullirlo con avidez, todo le agrada: brotes, semillas, sapos, culebras, insectos, pichones de aves, ratones y hasta piedritas que lo ayudan a digerir el alimento. El Dr. Raúl Carman en su libro “De la Fauna Bonaerense” cita el caso de un ñandú fallecido en el zoo de Buenos Aires en 1950 a quien al realizarle autopsia presentaba en el estómago 555 gramos de monedas, llaves, trabas de corbatas y otras menudencias por el estilo aunque la guía oficial del zoo se ocupó de señalar que no fue esa ingesta la causa de muerte, es muy obvio que carece de sentido tener animales en cautiverio, ellos no nacieron para el encierro y tienen, como nosotros el derecho a vivir en libertad en su medio natural.
Varón domado
El ñandú es tan localista que sólo grandes inundaciones o incendios logran correrlo de la “querencia”, llegado el otoño, con ejemplar armonía se agrupa en tropillas de hasta cien individuos, pero a fines de julio se termina la paz porque comienza la época de buscar pareja, es entonces cuando los machos rivalizan emitiendo silbos y bramidos algo similares al mugido de una vaca, en esta situación es muy interesante observarlos pelear frente a frente trenzando con fuerza sus cuellos, así luchan golpeándose crudamente con alas y espolones hasta que el más vigoroso triunfa, los vencidos se retiran y el vencedor se queda con seis y a veces hasta diez hembras…y mucho trabajo por delante ya que tiene que ocuparse de armar el nido en un buen sitio que sea seco y despejado, lejos de todo lo que pudiera servir de escondite a predadores, allí ahonda alguna depresión natural hasta formar una especie de embudo que luego tapiza con pastos. A la hora de la postura atrae a las hembras hacia el nido con delicados recursos, así cada una pone de 8 a 10 huevos color crema que se van blanqueando con el tiempo.
Un huevo de ñandú es doce veces mayor al de gallina. Terminada la postura es él quien se echa a empollar, tarea a la que se dedicará “full time” durante cuarenta días, así papá ñandú incubará entre 30 y 60 huevos, debiendo rotarlos para que reciban calor en forma pareja y protegerlos con firmeza de ladronzuelos como el lagarto overo o el peludo que de noche cava túneles hasta llegar a la nidada. Sólo se permite salir a “picar algo” al mediodía cuando el sol calienta lo suficiente como para encargarse por un rato de la incubación. Afirma el Padre Sánchez Labrador que es tan grande el espíritu protector del ñandú que suele romper un par de huevos junto al nido para que al nacer los pichones tengan servida una “mesa espléndida” de moscas y gusanos.
El ñandú es tan localista que sólo grandes inundaciones o incendios logran correrlo de la “querencia”, llegado el otoño, con ejemplar armonía se agrupa en tropillas de hasta cien individuos, pero a fines de julio se termina la paz porque comienza la época de buscar pareja, es entonces cuando los machos rivalizan emitiendo silbos y bramidos algo similares al mugido de una vaca, en esta situación es muy interesante observarlos pelear frente a frente trenzando con fuerza sus cuellos, así luchan golpeándose crudamente con alas y espolones hasta que el más vigoroso triunfa, los vencidos se retiran y el vencedor se queda con seis y a veces hasta diez hembras…y mucho trabajo por delante ya que tiene que ocuparse de armar el nido en un buen sitio que sea seco y despejado, lejos de todo lo que pudiera servir de escondite a predadores, allí ahonda alguna depresión natural hasta formar una especie de embudo que luego tapiza con pastos. A la hora de la postura atrae a las hembras hacia el nido con delicados recursos, así cada una pone de 8 a 10 huevos color crema que se van blanqueando con el tiempo.
Un huevo de ñandú es doce veces mayor al de gallina. Terminada la postura es él quien se echa a empollar, tarea a la que se dedicará “full time” durante cuarenta días, así papá ñandú incubará entre 30 y 60 huevos, debiendo rotarlos para que reciban calor en forma pareja y protegerlos con firmeza de ladronzuelos como el lagarto overo o el peludo que de noche cava túneles hasta llegar a la nidada. Sólo se permite salir a “picar algo” al mediodía cuando el sol calienta lo suficiente como para encargarse por un rato de la incubación. Afirma el Padre Sánchez Labrador que es tan grande el espíritu protector del ñandú que suele romper un par de huevos junto al nido para que al nacer los pichones tengan servida una “mesa espléndida” de moscas y gusanos.
Cuando nacen los charitos
Rompen el cascarón a principios de primavera y a las pocas horas abandonan el nido pero no se separan de su papá, lo siguen donde vaya, se entrecruzan entre sus largas patas, él les enseña a comer, primero bichitos, luego brotes tiernos y al mes ya comen como adultos. También les enseña a distinguir el peligro: les basta una advertencia suya para que los charitos corran a esconderse entre los pastos donde su incipiente plumaje gris les ayuda a pasar inadvertidos. Los caranchos son bravos enemigos de estos pequeños porque los atacan en patota: mientras unos distraen al adulto, los otros roban la cría.
El ñandú padre es solidario hasta con los hijos ajenos, así cuando aparece un charito o un “charabón”(ñandú juvenil) perdido, él no duda en darle la bienvenida tratándolo como a un hijo más, por eso es común ver a machos adultos con hijos de distintas edades. Francisco Erize en “El Gran Libro de la Naturaleza Argentina” consigna un caso récord ¡ noventa y seis pichones a cargo de un solo ñandú! Las mamás se suman recién al mes y medio de los nacimientos, ya con la llegada del otoño vuelven a formarse las tropillas y el ciclo de la vida recomienza en la infinita llanura.
Siempre en apuros
El hombre ha puesto desde siempre en situaciones difíciles a este noble animal: los tobas se disfrazaban de árbol para tenerlo a tiro de flecha, los gauchos lo atacaban con boleadoras, fue un recurso comestible y también materia prima ya que con sus tendones se hacían lazos, sus dedos se convertían en mangos de cuchillos, la piel de su cuello y buche en tabaqueras, la grasa para aliviar dolores renales y lubricar lazos, bozales y correas del apero, las plumas se vendían y los huevos se comían…así lo pusieron al borde de la desaparición, sumado esto a la transformación agrícola y el alambrado de los campos, el hermoso espectáculo de las grandes tropillas de ñandúes desapareció para siempre.
Hoy nuestro gigante emplumado sólo sobrevive en áreas económicamente marginales de sus antiguos dominios y en algunas estancias que le concedieron asilo. Aunque para muchas personas sea simplemente la materia prima de un plumero, nuestro ñandú es un emblema de las llanuras, él estuvo presente desde mucho antes que nosotros, es hora de actuar en consecuencia protegiéndolo para que no se nos escurra por los insensibles conductos del comercio, la ingratitud y la indiferencia.
Rompen el cascarón a principios de primavera y a las pocas horas abandonan el nido pero no se separan de su papá, lo siguen donde vaya, se entrecruzan entre sus largas patas, él les enseña a comer, primero bichitos, luego brotes tiernos y al mes ya comen como adultos. También les enseña a distinguir el peligro: les basta una advertencia suya para que los charitos corran a esconderse entre los pastos donde su incipiente plumaje gris les ayuda a pasar inadvertidos. Los caranchos son bravos enemigos de estos pequeños porque los atacan en patota: mientras unos distraen al adulto, los otros roban la cría.
El ñandú padre es solidario hasta con los hijos ajenos, así cuando aparece un charito o un “charabón”(ñandú juvenil) perdido, él no duda en darle la bienvenida tratándolo como a un hijo más, por eso es común ver a machos adultos con hijos de distintas edades. Francisco Erize en “El Gran Libro de la Naturaleza Argentina” consigna un caso récord ¡ noventa y seis pichones a cargo de un solo ñandú! Las mamás se suman recién al mes y medio de los nacimientos, ya con la llegada del otoño vuelven a formarse las tropillas y el ciclo de la vida recomienza en la infinita llanura.
Siempre en apuros
El hombre ha puesto desde siempre en situaciones difíciles a este noble animal: los tobas se disfrazaban de árbol para tenerlo a tiro de flecha, los gauchos lo atacaban con boleadoras, fue un recurso comestible y también materia prima ya que con sus tendones se hacían lazos, sus dedos se convertían en mangos de cuchillos, la piel de su cuello y buche en tabaqueras, la grasa para aliviar dolores renales y lubricar lazos, bozales y correas del apero, las plumas se vendían y los huevos se comían…así lo pusieron al borde de la desaparición, sumado esto a la transformación agrícola y el alambrado de los campos, el hermoso espectáculo de las grandes tropillas de ñandúes desapareció para siempre.
Hoy nuestro gigante emplumado sólo sobrevive en áreas económicamente marginales de sus antiguos dominios y en algunas estancias que le concedieron asilo. Aunque para muchas personas sea simplemente la materia prima de un plumero, nuestro ñandú es un emblema de las llanuras, él estuvo presente desde mucho antes que nosotros, es hora de actuar en consecuencia protegiéndolo para que no se nos escurra por los insensibles conductos del comercio, la ingratitud y la indiferencia.
Por: Bibiana Manfroni
Bibliografía: Fauna Argentina. Dramas y Prodigios del Bicherío.
Roberto Rainer Cinti. Ed. Emecé
Nidos y Huevos de Aves Argentinas. Guía de Campo.
Dr. Martín R. de la Peña. Fundación Hábitat.
Cien Aves Argentinas. Pablo Canevari. Tito Narosky
Editorial Albatros.
Roberto Rainer Cinti. Ed. Emecé
Nidos y Huevos de Aves Argentinas. Guía de Campo.
Dr. Martín R. de la Peña. Fundación Hábitat.
Cien Aves Argentinas. Pablo Canevari. Tito Narosky
Editorial Albatros.
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