AKU AKU
En la temporada 1967 en Miramar ocurrió una gran novedad para los jóvenes, se inauguró en el Club de Pesca Miramar, situado en la Avenida Costanera entre 37 y 35 el primer boliche bailable de la ciudad, con el atractivo nombre de Aku-Aku (espíritus guardianes de la isla de Pascua).
Era un cuadrado techado por un paraboloide hiperbólico de hormigón armado, que es una lámina cuadrada con forma, dos esquinas opuestas en diagonal aparentemente dobladas hacia abajo y las otras dos dobladas hacia arriba, lo que permite que en su interior no haya columnas.
Los muros calados con amplios ventanales, permitían la entrada de luz al amanecer lo que le daba un encanto especial, se accedía desde la costanera por una vereda de lajas que serpenteaba por el amplio parque del cual se veía el mar.
Las vidrieras tenían un doble efecto del interior ver hacia afuera pero también desde la calle ver lo que sucedía adentro, las luces, la gente y la música sumado a que en la primera época había una pista al aire libre, hacían un conjunto que si algún joven pasaba por la calle y no entraba era porque no estaba en sus cabales o iba camino a un convento.
El no entrar no admitia escusa económica porque se entraba gratis y se pagaba lo que consumía.
El interior muy sencillo con mesas y sillas de mimbre y dos rincones, los más codiciados, con sillones y canastas que colgaban del techo para sentarse y hamacarse.
Muchos jóvenes, hicieron sus primeras experiencias en sacar a bailar a las chicas, en la penumbra era más llevadero si uno “rebotaba” (te decían que no), pero si la joven en cuestión rebotaba a muchos; se ganaba la fama de “frontón” y nadie la sacaba a bailar el resto de la noche, o sea “planchaba” por lo que debían saber manejar los “si” y los “no”.
Muchos terminaron combatiendo esta tortura de rebotes y planchadas formando barras de amigos y amigas con el único afán de poder bailar toda la noche.
Allí se conocieron los últimos adelantos tecnológicos en iluminación: la luz negra con la que hubo que hacer un rápido aprendizaje de cuales telas se transparentaban y cuáles no, desaparecieron los corpiños bombachas y calzoncillos blancos, porque la luz muy indiscreta los mostraba en toda su dimensión como flotando en el aire al son de la música.
La pelota con espejitos que formaba una calesita de luces que giraba por todo el ámbito, iluminando a su paso pequeños espacios en movimiento.
Y la luz psicodélica, que era muy potente como un flash de cámara fotográfica que se repetía constantemente, después de cada fogonazo uno quedaba ciego y solo veía al siguiente, esto en continuidad hacia que uno viera las imágenes cortadas como en una película en cámara lenta, pero la realidad era a velocidad normal, lo que produjo más de un choque en la pista de baile.
La música de esa época caló muy hondo en todos los jovenes, el “Pata-Pata” de Miriam Makeba, “Meu limao meu limoeiro” y “País Tropical” de Wilson Simonal,” John Lee Hooker” de Johnny Rivers, Beatles, Rolling Stones, Credence Clearwather Revival, y tantos otros.
Duro un tiempo, cuatro o cinco veranos, después cambio, porque los jovenes cambiaron, las barras se desarmaron, porque sus integrantes se pusieron de novio, se fueron a estudiar o simplemente la vida los separo.
Fue una buena época de sana diversión que termino cuando aquella juventud comenzó a tener más responsabilidades o por el solo hecho haber cumplido años.
Hoy en día después de 50 años aún se mantiene en pie, esplendida la estructura, a pesar de las “achurias” a las que fue sometido el edificio por los distintos Bolicheros que lo explotaron, se la puede ver entrando por la calle 4, mudo testigo de hermosas noches y amaneceres pasados.
Era un cuadrado techado por un paraboloide hiperbólico de hormigón armado, que es una lámina cuadrada con forma, dos esquinas opuestas en diagonal aparentemente dobladas hacia abajo y las otras dos dobladas hacia arriba, lo que permite que en su interior no haya columnas.
Los muros calados con amplios ventanales, permitían la entrada de luz al amanecer lo que le daba un encanto especial, se accedía desde la costanera por una vereda de lajas que serpenteaba por el amplio parque del cual se veía el mar.
Las vidrieras tenían un doble efecto del interior ver hacia afuera pero también desde la calle ver lo que sucedía adentro, las luces, la gente y la música sumado a que en la primera época había una pista al aire libre, hacían un conjunto que si algún joven pasaba por la calle y no entraba era porque no estaba en sus cabales o iba camino a un convento.
El no entrar no admitia escusa económica porque se entraba gratis y se pagaba lo que consumía.
El interior muy sencillo con mesas y sillas de mimbre y dos rincones, los más codiciados, con sillones y canastas que colgaban del techo para sentarse y hamacarse.
Muchos jóvenes, hicieron sus primeras experiencias en sacar a bailar a las chicas, en la penumbra era más llevadero si uno “rebotaba” (te decían que no), pero si la joven en cuestión rebotaba a muchos; se ganaba la fama de “frontón” y nadie la sacaba a bailar el resto de la noche, o sea “planchaba” por lo que debían saber manejar los “si” y los “no”.
Muchos terminaron combatiendo esta tortura de rebotes y planchadas formando barras de amigos y amigas con el único afán de poder bailar toda la noche.
Allí se conocieron los últimos adelantos tecnológicos en iluminación: la luz negra con la que hubo que hacer un rápido aprendizaje de cuales telas se transparentaban y cuáles no, desaparecieron los corpiños bombachas y calzoncillos blancos, porque la luz muy indiscreta los mostraba en toda su dimensión como flotando en el aire al son de la música.
La pelota con espejitos que formaba una calesita de luces que giraba por todo el ámbito, iluminando a su paso pequeños espacios en movimiento.
Y la luz psicodélica, que era muy potente como un flash de cámara fotográfica que se repetía constantemente, después de cada fogonazo uno quedaba ciego y solo veía al siguiente, esto en continuidad hacia que uno viera las imágenes cortadas como en una película en cámara lenta, pero la realidad era a velocidad normal, lo que produjo más de un choque en la pista de baile.
La música de esa época caló muy hondo en todos los jovenes, el “Pata-Pata” de Miriam Makeba, “Meu limao meu limoeiro” y “País Tropical” de Wilson Simonal,” John Lee Hooker” de Johnny Rivers, Beatles, Rolling Stones, Credence Clearwather Revival, y tantos otros.
Duro un tiempo, cuatro o cinco veranos, después cambio, porque los jovenes cambiaron, las barras se desarmaron, porque sus integrantes se pusieron de novio, se fueron a estudiar o simplemente la vida los separo.
Fue una buena época de sana diversión que termino cuando aquella juventud comenzó a tener más responsabilidades o por el solo hecho haber cumplido años.
Hoy en día después de 50 años aún se mantiene en pie, esplendida la estructura, a pesar de las “achurias” a las que fue sometido el edificio por los distintos Bolicheros que lo explotaron, se la puede ver entrando por la calle 4, mudo testigo de hermosas noches y amaneceres pasados.
Por: An Dubh
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