EDUCACIÓN VS ENSEÑANZA
Habitualmente, y sobre todo en el lenguaje coloquial, hacemos una suerte de identificación, sin más, de los conceptos de enseñanza y educación. Sin embargo, son necesarias algunas aclaraciones para evitar confusiones que entorpecen la discusión.
Enseñar proviene del latín “insignare”, compuesto de in (en) y signare (señalar hacia). Esto implica y supone que enseñar es brindar una orientación sobre qué camino seguir.
En cuanto a educar, la palabra lleva la raíz de la palabra latina ducere (educare =educere). Ducare proviene, a su vez, de una raíz indoeuropea: deuk, que significa guiar. Así, educar es guiar o conducir en el conocimiento. En este sentido, tiene igual significado que pedagogo.
Desde ambas perspectivas, puede verse la importancia atribuible al acto de enseñar o educar, pero más a ún, al rol de quien lo realiza.
A simple vista, ambas palabras parecen sinónimos. Pero una vez que nos adentramos en sus implicancias, podemos ver la riqueza que plantea su diferencia. Si bien versan sobre similar temática, cada una aborda una cuestión bien distinta de la otra. Enseñamos una manera de hacer, por ejemplo, enseñamos un oficio, una tarea, un trabajo. Pero educamos para la vida. Es decir, educar supone enseñar la mejor manera, la correcta manera de desempeñar lo aprendido. Todo proceso de educación implica el enseñar, pero no todo proceso de enseñanza implica el educar. Sutil diferencia, si se quiere, pero es una diferencia que hace toda la diferencia.
En sentido estricto, enseñar es la presentación de sistemas de ideas, hechos, etc.. Supone o refiere a la escuela. Educar, en cambio, es formar en valores: esfuerzo, respeto, derechos, obligaciones. Es principalmente familiar.
Para graficarlo con un ejemplo: la enseñanza de conducir un auto está en aprender a manejarlo, pasar los cambios, conocer las normas de tránsito. A través de un exámen se certifica que uno aprendió esta “nueva” habilidad y, en teoría, se está habilitado para desarrollarla. Pero muchas veces no se posee la educación para conducir un auto: podemos saber las señales de tránsito, pero si no las respetamos, es inútil. En este breve pero ilustrativo ejemplo, vemos esa pequeña gran diferencia que mencionábamos.
En los últimos años se ha desarrollado un fuerte debate acerca de qué es lo verdaderamente fundamental en el ámbito docente: formar buenas personas, es decir, educar en valores, aunque esas personas sean incultas e ignorantes (en lengua, matemáticas, filosofía, etc.), como si el debate fuera o una o la otra. José Saramago, premio Nobel de literatura, dijo una vez: “yo fui educado por dos padres analfabetos”. Y concluía: “ la escuela puede instruir a sus alumnos pero no puede educarlos, porque no tiene medios ni es su finalidad”.
Y es que en realidad, lo que todo esto pone de manifiesto es un tema mas complejo, que tiene que ver con los roles de la familia y de la escuela. Como primer agente socializador, la familia será el acompañante de por vida de la persona. Pero la escuela debe ser continuadora y profundizadora de esa tarea, conviertiéndose en la mayor responsable de la educación de los alumnos. Muchos defensores de esta postura creen que las limitaciones que suponen las familias, al ser estructuras particulares impiden mostrar la globalidad real del mundo, que a su vez tiende a la universalidad y la amplitud. Obviamente, soslayan los cambios que “la familia” también ha experimentado.....
El mundo actual nos pone frente al desafío de reinterpretar los roles del alumno y del maestro, como así también la propia naturaleza del proceso educativo. El maestro es convocado, a través de los tiempos, a gestar en el proceso vital de las personas las condiciones de sujeción a los fines sociales, mediante un proceso llamado educación o formación. Cuando este proceso se enfrenta a cambios sociales insoslayables, al abandono de paradigmas y su reemplazo por nuevos, en fin, cuando ese proceso se enfrenta con su propio proceso dialéctico, se producen las tensiones que hacen que se produzcan los cambios necesarios a fin de contener la nueva realidad.
Estos cambios podrán llevar tiempo, podrán requerir nuevas aptitudes, podrán insumir nuevos recursos. Pero una vez que ocurren, serán irrefrenables. Y terminarán por diferenciar a los que han sido capaces de la transformarse de los que no han podido. Esa será la verdadera revolución educativa.....
Enseñar proviene del latín “insignare”, compuesto de in (en) y signare (señalar hacia). Esto implica y supone que enseñar es brindar una orientación sobre qué camino seguir.
En cuanto a educar, la palabra lleva la raíz de la palabra latina ducere (educare =educere). Ducare proviene, a su vez, de una raíz indoeuropea: deuk, que significa guiar. Así, educar es guiar o conducir en el conocimiento. En este sentido, tiene igual significado que pedagogo.
Desde ambas perspectivas, puede verse la importancia atribuible al acto de enseñar o educar, pero más a ún, al rol de quien lo realiza.
A simple vista, ambas palabras parecen sinónimos. Pero una vez que nos adentramos en sus implicancias, podemos ver la riqueza que plantea su diferencia. Si bien versan sobre similar temática, cada una aborda una cuestión bien distinta de la otra. Enseñamos una manera de hacer, por ejemplo, enseñamos un oficio, una tarea, un trabajo. Pero educamos para la vida. Es decir, educar supone enseñar la mejor manera, la correcta manera de desempeñar lo aprendido. Todo proceso de educación implica el enseñar, pero no todo proceso de enseñanza implica el educar. Sutil diferencia, si se quiere, pero es una diferencia que hace toda la diferencia.
En sentido estricto, enseñar es la presentación de sistemas de ideas, hechos, etc.. Supone o refiere a la escuela. Educar, en cambio, es formar en valores: esfuerzo, respeto, derechos, obligaciones. Es principalmente familiar.
Para graficarlo con un ejemplo: la enseñanza de conducir un auto está en aprender a manejarlo, pasar los cambios, conocer las normas de tránsito. A través de un exámen se certifica que uno aprendió esta “nueva” habilidad y, en teoría, se está habilitado para desarrollarla. Pero muchas veces no se posee la educación para conducir un auto: podemos saber las señales de tránsito, pero si no las respetamos, es inútil. En este breve pero ilustrativo ejemplo, vemos esa pequeña gran diferencia que mencionábamos.
En los últimos años se ha desarrollado un fuerte debate acerca de qué es lo verdaderamente fundamental en el ámbito docente: formar buenas personas, es decir, educar en valores, aunque esas personas sean incultas e ignorantes (en lengua, matemáticas, filosofía, etc.), como si el debate fuera o una o la otra. José Saramago, premio Nobel de literatura, dijo una vez: “yo fui educado por dos padres analfabetos”. Y concluía: “ la escuela puede instruir a sus alumnos pero no puede educarlos, porque no tiene medios ni es su finalidad”.
Y es que en realidad, lo que todo esto pone de manifiesto es un tema mas complejo, que tiene que ver con los roles de la familia y de la escuela. Como primer agente socializador, la familia será el acompañante de por vida de la persona. Pero la escuela debe ser continuadora y profundizadora de esa tarea, conviertiéndose en la mayor responsable de la educación de los alumnos. Muchos defensores de esta postura creen que las limitaciones que suponen las familias, al ser estructuras particulares impiden mostrar la globalidad real del mundo, que a su vez tiende a la universalidad y la amplitud. Obviamente, soslayan los cambios que “la familia” también ha experimentado.....
El mundo actual nos pone frente al desafío de reinterpretar los roles del alumno y del maestro, como así también la propia naturaleza del proceso educativo. El maestro es convocado, a través de los tiempos, a gestar en el proceso vital de las personas las condiciones de sujeción a los fines sociales, mediante un proceso llamado educación o formación. Cuando este proceso se enfrenta a cambios sociales insoslayables, al abandono de paradigmas y su reemplazo por nuevos, en fin, cuando ese proceso se enfrenta con su propio proceso dialéctico, se producen las tensiones que hacen que se produzcan los cambios necesarios a fin de contener la nueva realidad.
Estos cambios podrán llevar tiempo, podrán requerir nuevas aptitudes, podrán insumir nuevos recursos. Pero una vez que ocurren, serán irrefrenables. Y terminarán por diferenciar a los que han sido capaces de la transformarse de los que no han podido. Esa será la verdadera revolución educativa.....
Por: Lic. (Mg) Milena Barada
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