LO ÓPTIMO ES ENEMIGO DE LO BUENO.....
Esta famosa frase, esgrimida por uno de los principales promotores de la Revolución Francesa, Voltaire, fue y es sinónimo de acción. Asimismo, es parte de un argumento utilizado en favor de cierto pragmatismo en el obrar, que no siempre toma en cuenta las cuestiones de orden moral. Si bien la cuestión nos remite a la búsqueda de la excelencia, algo que según entiendo, es deseable para cualquier rama de la acción humana, lo cierto es que nos plantea la pérdida del equilibrio entre la calidad y la dedicación. Es decir, se nos plantea la necesidad de elegir: o buscamos la excelencia, lo que es positivo, corriendo el riesgo de perdernos en la obsesión por la perfección, perdiendo tiempo y recursos invaluables, o buscamos lo posible, lo cual es también deseable, pero la pregunta es: ¿a qué precio?. En este aparentemente superficial debate, se esconde algo importante:¿ la acción, debe ser guiada por la excelencia, aún a riesgo de no lograr materializarse, o simplemente debemos hacer lo mejor posible, aún si eso no es lo mejor?
Parece una discusión pueril, pero si nos adentramos en el universo de la acción política veremos que no es nada insignificante. Por el contrario, nos plantea el dilema de muchas decisiones que rara vez son completamente positivas. Esto es particularmente cierto en relación a la política económica.
Fue el sociólogo, economista e ingeniero italiano Vilfredo Pareto quien atinó a darle verdadero peso a la cuestión del equilibrio y a la teoría del óptimo, en una especie de intento de salir de la idea de que para mejorar las condiciones de vida de los individuos eran necesarias sólo medidas económicas.
En su teoría enunció que en Equilibrio General debe llegarse a una situación tal que todos los individuos consumidores y todos los agentes productores y oferentes se encuentren en el punto en el que no puedan mejorar su utilidad sin perjudicar la de otro.
Dada una asignación inicial de bienes entre un conjunto de individuos, un cambio hacia una nueva asignación que mejora la situación de, al menos, un individuo sin hacer que empeore la situación de los demás se denomina mejora de Pareto. Una asignación se define como "pareto-eficiente" o "pareto-óptima" cuando no pueden lograrse nuevas mejoras de Pareto.
La eficiencia de Pareto es una noción mínima de la eficiencia y no necesariamente da por resultado una distribución socialmente deseable de los recursos. No se pronuncia sobre la igualdad, o sobre el bienestar del conjunto de la sociedad, pero si tiene una aplicación en otros campos de las ciencias sociales, y de hecho, es un método válido para analizar lo pertinente y deseable de un cambio o medida política.
Se ha alegado que el concepto de eficiencia de Pareto es minimalista: solo implica una situación que no se puede modificar sin perjudicar por lo menos a un individuo, y creo que es ahí donde radica no su debilidad, sino una potencialidad: en permitir ver los verdaderos impactos que una decisión de política posee, y si lo óptimo es realmente enemigo de lo bueno. Por supuesto, no podemos desconocer hay cuestiones que se han analizado sobradamente, entre las que la discusión eficiencia/equidad es fundamental, lo mismo que las percepciones de los individuos que se puedan sentir perjudicados por alguna decisión, lo que haría inviable cualquier cambio o decisión política. Pero lo real y concreto es que, como dice el ganador del premio Nobel de Economía, Amartya Sen, puede haber muchas situaciones que son eficientes en término de Pareto sin que todas sean igualmente deseables o aceptables desde el punto de vista de la sociedad. Y es aquí donde la tarea del decisor es fundamental: puede haber situaciones que no son óptimas de acuerdo con Pareto pero que sin embargo son preferibles desde el punto de vista general. Será el político el encargado de observar las situaciones en que lo bueno es suficiente, o lo óptimo es el objetivo a cumplir. Pero JAMÁS esto podrá determinarse sin una evaluación que tome en cuenta consideraciones éticas.
Parece una discusión pueril, pero si nos adentramos en el universo de la acción política veremos que no es nada insignificante. Por el contrario, nos plantea el dilema de muchas decisiones que rara vez son completamente positivas. Esto es particularmente cierto en relación a la política económica.
Fue el sociólogo, economista e ingeniero italiano Vilfredo Pareto quien atinó a darle verdadero peso a la cuestión del equilibrio y a la teoría del óptimo, en una especie de intento de salir de la idea de que para mejorar las condiciones de vida de los individuos eran necesarias sólo medidas económicas.
En su teoría enunció que en Equilibrio General debe llegarse a una situación tal que todos los individuos consumidores y todos los agentes productores y oferentes se encuentren en el punto en el que no puedan mejorar su utilidad sin perjudicar la de otro.
Dada una asignación inicial de bienes entre un conjunto de individuos, un cambio hacia una nueva asignación que mejora la situación de, al menos, un individuo sin hacer que empeore la situación de los demás se denomina mejora de Pareto. Una asignación se define como "pareto-eficiente" o "pareto-óptima" cuando no pueden lograrse nuevas mejoras de Pareto.
La eficiencia de Pareto es una noción mínima de la eficiencia y no necesariamente da por resultado una distribución socialmente deseable de los recursos. No se pronuncia sobre la igualdad, o sobre el bienestar del conjunto de la sociedad, pero si tiene una aplicación en otros campos de las ciencias sociales, y de hecho, es un método válido para analizar lo pertinente y deseable de un cambio o medida política.
Se ha alegado que el concepto de eficiencia de Pareto es minimalista: solo implica una situación que no se puede modificar sin perjudicar por lo menos a un individuo, y creo que es ahí donde radica no su debilidad, sino una potencialidad: en permitir ver los verdaderos impactos que una decisión de política posee, y si lo óptimo es realmente enemigo de lo bueno. Por supuesto, no podemos desconocer hay cuestiones que se han analizado sobradamente, entre las que la discusión eficiencia/equidad es fundamental, lo mismo que las percepciones de los individuos que se puedan sentir perjudicados por alguna decisión, lo que haría inviable cualquier cambio o decisión política. Pero lo real y concreto es que, como dice el ganador del premio Nobel de Economía, Amartya Sen, puede haber muchas situaciones que son eficientes en término de Pareto sin que todas sean igualmente deseables o aceptables desde el punto de vista de la sociedad. Y es aquí donde la tarea del decisor es fundamental: puede haber situaciones que no son óptimas de acuerdo con Pareto pero que sin embargo son preferibles desde el punto de vista general. Será el político el encargado de observar las situaciones en que lo bueno es suficiente, o lo óptimo es el objetivo a cumplir. Pero JAMÁS esto podrá determinarse sin una evaluación que tome en cuenta consideraciones éticas.
Por: Lic. (Mg) Milena Barada
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